21 de octubre de 2006

El fusilamiento


Armenia es un pequeño país asiático sin costas, su extensión es un poquito más de la mitad de nuestra Costa Rica, en tanto que su población viene siendo en número muy parecida a la nuestra.

Antes de 1991, año en que se independizó,  pertenecía a la Unión de Repúblicas Soviéticas, aún así, según las estadísticas, su población es cristiana en un 94%.

En el libro "Como combatir el miedo", del escritor norteamericano Don Gozzet, el autor nos narra un curioso pasaje de la historia de este país. Como el escrito es muy extenso, lo he reducido a un tamaño manejable, parafraseándolo, hasta donde me  fue posible.

En 1888 hubo una guerra entre Armenia y sus vecinos de Azerbaiyán, que en su mayoría son musulmanes.

En esa ocasión los armenios fueron invadidos por varias tribus enemigas, que se dedicaron a perseguir a los cristianos, a quienes torturaban y mataban.

Un día llevaron a cuarenta armenios cristianos en fila para ser ejecutados. Les dieron a elegir: si negaban a Jesucristo serían perdonados.

Uno por uno fueron llevados al círculo de ejecución y una vez allí se les preguntaba si negaban a Cristo. Todos dijeron un no rotundo y fueron fusilados... todos... menos uno.

Cuando llegaron al último hombre y le preguntaron si negaba a Cristo, este dijo que sí y fue perdonado.

De repente, el soldado musulmán que tenía el rifle con el que estaba fusilando se dirigió a este último hombre, le entregó el arma y le dijo:

-Toma tú mi lugar, que yo tomaré el tuyo.

Así, el último de los cuarenta tomó el fusil y salió a disparar. El soldado se paró firme en el círculo de ejecución, pero antes de ser fusilado pidió, como última voluntad, hablar así a su verdugo:

-Primero déjame hablar; quiero explicarte por qué hago esto. Yo estuve parado ahí donde tú estás, y desde ahí he fusilado a treinta y nueve hombres, y cada vez que mataba a uno, un hermoso ángel con traje resplandeciente descendía, y le ponía una corona sobre la cabeza. Yo vi al último ángel que venía con una corona en sus manos, pero tú, que eras el último hombre, te acobardaste y negaste a Cristo. ¡Yo quiero esa corona; el ángel continúa ahí, en espera. Puedes fusilarme, pues acepto a Cristo como mi Señor y me llevo la corona!

Esta maravillosa historia nos ilustra lo dicho por el Señor en su Palabra:

"Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida" (Apocalipsis 2:10)

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