21 de noviembre de 2006

El secreto de la niña


Había una vez una pareja atea que tenía una hija. Ambos padres, por supuesto, nunca le hablaron a la pequeña de Dios.

Una noche, cuando la pequeña tenía cinco años, sus padres se pelearon y enfurecido, el hombre le disparó a su esposa, luego se suicidó. La niña lo vio todo.

Al otro día los periódicos informaron de "un caso típico de violencia doméstica" y asignaron a la madre un número, entre los muchos "femicidios" de ese año.

Al no tener más familiares, la niña fue llevada a un hogar adoptivo. Su nueva madre, una fervorosa cristiana, empezó a llevarla al templo.

En el primer día de la Escuela Dominical, la madre explicó a la maestra que esa niña nunca había escuchado nada de Jesús, de ahí que debía tenerle mucha paciencia.

Durante la lección, la maestra mostró una lámina con una pintura famosa, que representaba a la figura de Jesús y preguntó:

-Atención niños, ¿alguien de ustedes sabe quién es El?

Y la niña levantó su manita con entusiasmo y exclamó: "SI, YO LO SE. ESE ERA EL SEÑOR QUE ME ESTABA ABRAZANDO, LA NOCHE EN QUE MURIERON MIS PADRES".

15 de noviembre de 2006

El Gato


El marido odiaba al gato de su esposa y resuelve hacerlo desaparecer. Lo pone en una bolsa y lo lleva en el auto a 20 cuadras de la casa. Cuando vuelve, el gato estaba sentado, pereceando sobre el portón.

Nervioso, el marido repite la operación, pero ahora lo abandona a 40 cuadras de la casa, doblando un par de veces a derecha e izquierda para hacerlo más difícil. Cuando vuelve, el gato está otra vez en el portón; pero ahora disfruta de un sabroso atún, obviamente para gatos, que le ha dado su dueña.

Ahora el marido, echando chispas, agarra al gato, lo pone en el carro y anda 60 cuadras a la derecha, 30 cuadras al este, 20 a la izquiereda, cruza un par de autopistas, un puente y luego hacia el norte y grita, mientras lanza al gato por la ventana:

¡AHORA TE QUIERO VER, GATO CABRÓN... A VER SI VUELVES!!!

Una hora después el marido llama a su mujer y le dice: "Querida ¿por ahí anda el gato?... y ella responde... Si, recién llegó, ahora lo tengo viendo a Gardfield por la televisión. ¿Por qué cariño?

-ANDA, LLAMA A ESE DESGRACIADO Y PONMELO AL TELEFONO PORQUE ESTOY PERDIDO!

10 de noviembre de 2006

¿Te acordás mamá?



Por: Luis Fernando Mata Araya

Mamá, hoy te escribo para agradecerte por todo lo buena que has sido conmigo, por tu paciencia, por tus lágrimas, por todas las preocupaciones que te he causado.

También te pido perdón, porque a pesar de tantos sacrificios, nunca te he dedicado ni un párrafo. Aún así, puedo asegurarte que estás presente en todos los detalles de mi vida.

Mamá, cuando camino por las aceras de la capital viene a mi mente aquella frase que me decías: “Alístese, porque de Escazú, nos vamos a San José”.

Y cuando yo te preguntaba: “¿Y a qué vamos mamá?, siempre me dabas por respuesta un “Idiay, pues a ver ventanas”.

Recuerdo que nos íbamos en aquellos lerdos e incomodísimos buses de Escazú, hechos de madera, con una compuerta atrás para la carga adicional, porque en ese entonces la gente viajaba con sacos, bolsas de mecate, gallinas y hasta perros.

El bus, al que llamaban “cazadora” avanzaba brincoteando por las estrechas calles del centro, que eran empedradas y al llegar a Los Anonos, nos íbamos por el puente de abajo, ya que no existía ese puente largo y ancho, que por muchos años ha usado la gente para lanzarse al vacío.

Luego caminábamos por las aceras de San José, yo agarrado bien fuerte de tu mano, para no chocar con las personas y los postes que sostienen las señales de tránsito, porque yo era un niño despistado.

Así, caminando y caminando, llegábamos hasta las tiendas exclusivas como Scaglietti y La Dama Elegante (que ya no existe) y te veía mamá quedarte ahí, por largo rato, observando los lujosos y elegantes trajes sastre que exhibían los maniquíes.

Después nos íbamos más allá, donde están las vitrinas de las primeras tiendas de zapatos.”Qué bonitos esos café con blanco. Aquellos negros te quedarían muy bien”, me decías, señalando un calzado de tinte negro brillante, con suela gruesa y punta bombacha.

Quizá para la gente pasábamos inadvertidos, ahí, tu y yo, mirando como embobados al través de las vidrieras de las tiendas ese verde y rojo de la decoración que distingue a la Navidad.

“Mamá, ¿por qué no vamos a ver las ventanas de la Universal, ahí hay juguetes tan bonitos!”

Y siempre agarrado de tu mano, casi guindando, me iba a los grandes ventanales repletos de regalos. Entonces era yo el que me quedaba como ido, con la mirada clavada en los trenes Marklin, en las bicicletas Raleigh y en los pesados mecanos con los que se podía armar hasta una réplica de la torre Eiffel.

En muchas ocasiones, en alguna de esas tiendas, te probabas alguna pieza de ropa y zapatos. Después te mirabas al espejo, mientras me pedías algún comentario: “Fernando, ¿cómo se me ve esto?”

Y después de un rato de probarte algún vestido, exclamabas un “ahhh, ¡qué lástima, no tienen aquí lo que busco¡”

Luego de caminar cuadras y cuadras, nuestro paseo concluiría de nuevo en el incómodo bus, deseando regresar a casa porque no habíamos comido nada.

Y así, en muchas navidades y ocasiones te acompañé a “ver ventanas” un paseo que tenía como preámbulo una advertencia: “vamos a ver ventanas y nada más, pero no se ponga a pedirme nada porque no hay plata”.

Recuerdo que una Navidad el Niño me trajo un velocípedo, un aparato de hierro sólido y ruedas rellenas de un hule durísimo. El primer año ese juguete fue para mi la gran novedad. Pero nuestra casa era pequeñita y con seis pedalazos yo la recorría de extremo a extremo. Ese quizá fue el regalo más caro y emocionante que recibí en navidad.

De ahí en adelante, todos los noviembres que siguieron el velocípedo desaparecía y nadie sabía darme explicaciones. Después, el 25 de diciembre reaparecería ahí, a la par de mi cama, el mismo, sólo que con pintura nueva y bien betunado el hule de las ruedas.

Ahora entiendo que papá hacía un gran esfuerzo, de manera que , aunque no podía comprarme la bicicleta Raleigh, al menos se preocupaba por regresarme el velocípedo y con esa pintura nueva y olorosa.

Quizá agregaría algún rifle de tapones, un caballo de palo o algún pesado carro de madera, de esos del Mercado, que “sustituían” al costoso tren Marklin y al mecano de La Universal.

Pero hubo una Navidad en que ustedes me advirtieron que del todo no habría juguetes “porque no había plata”. Y ese diciembre me conformé con mirar, levantando una hojita de la persiana, a los vecinitos jugando con relucientes carritos de fricción, bolas y pistolas vaqueras.

Pero lo que hasta ahora entiendo mamá es que para usted y para papá quizá nunca hubo una Navidad alegre en la que estrenaran, ni tan siquiera zapatos y, como único consuelo, estaban esos paseos en que nos consolábamos observando ropa y juguetes por las ventanas.

¡Cuántos deseos, cuántos sueños tuvimos delante de todas esas ventanas mamá! ¡Cuántos deseos y sueños que nunca se cumplieron!

¡Cuántas veces nos devolvimos a casa sin probar un refresco ni un helado!

Y quiero contarte mamá que años más tarde, cuando llegué a tener algún dinero, como para comprar aquella bicicleta Raleigh y el tren Marklin, ya había crecido y no me atraían las bicicletas ni los trenes de juguete.

Y debo confesarte mamá que hace tiempo, en una de esas extrañas navidades en que tuve dinero, me fui para San José “a ver ventanas” y aunque nunca antes observé tantas cosas bonitas, descubrí con sorpresa que dentro de mi ya no habían los deseos de antes.

Quizá fue porque hice ese recorrido solo, de manera egoísta, ignorando que la felicidad la tendría a tu lado, compartiendo contigo.

En este día te escribo mamá, para que me perdones por ser egoísta y descuidado, y para decirte que ahora mi único deseo, es un día de estos volver a ser lo mismo que de niño: tomarte de la mano e irnos, tu y yo, solos, al igual que antes, por cualquiera de las aceras de San José.

Y ante cualquiera de las ventanas de las tiendas poder decirte con una sonrisa de felicidad: “mamá, ahora si, dime qué quieres y cómpralo,no te preocupes, que yo pago”.

2 de noviembre de 2006

TLC: Minimizan marcha


Los miles y miles de manifestantes contra el Tratado de Libre Comercio, que desfilaron el 23 y 24 de octubre no hicieron cambiar de parecer al Presidente Oscar Arias, quien, todo lo contrario, reiteró el martes anterior su deseo de obtener la pronta aprobación del TLC en la Asamblea Legislativa.
Desde la semana anterior al movimiento huelguístico, Rodrigo Arias, Ministro de la Presidencia, dijo a la Agencia de Noticias ACAN-EFE, que el paro "no es una forma leal con Costa Rica".
El ministro advirtió que la huelga afectaría de forma significativa los servicios, especialmente aquellos relacionados con la salud y atendidos por los distintos hospitales de la Caja Costarricense del Seguro Social.
Agregó el funcionario que las clases afectarían a cerca de un millón de escolares y colegiales.
Los medios de comunicación recibieron críticas de sectores involucrados como el grupo PROICE, que en nota firmada por su dirigente Oscar Arévalo, fustigó la actitud de los comunicadores indicando que: "no se destaca la variedad de la marcha, con representaciones de múltiples sectores -hasta abuelos y abuelas- imperan las notas negativas alusivas a lo que la marcha generó", señaló el dirigente.
El diario La Nación, en sus páginas, le dio la razón al dirigente de PROICE, porque siempre destacó el lado negativo del movimiento huelguístico, además de restarle mérito alguno. Bajo el título "Segunda marcha contra TLC derivó en bloqueos", el periodista Jairo Villegas fustigó las dificultades de los vehículos para trasladarse con libertad, al menos por cuatro puntos de San José.
El artículo concluye con la intervención de Rodrigo Arias, descalificando al movimiento y asegurando que los bloqueos "producen pérdidas a los productores".
Por su parte, Albino Vargas, máximo dirigente sindical, indicó que las marchas del 23 y 24 no habían sido otra cosa más que un ensayo, del cual se sentía muy satisfecho por los resultados obtenidos y la respuesta del pueblo costarricense.