Por: Luis Fernando Mata
Fotos: Eustace Torborne
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En el hotel..., una vez al mes, los solteros, viudos y divorciados tienen la oportunidad de buscar amigos y ¿por qué no? hasta el hombre o la mujer de sus sueños. ++
Todos los fines de mes, coincidiendo (¿deliberadamente?) con el día de pago, se celebra en el hotel Irazú un baile organizado por el Club de Solteros, Viudos y Divorciados.
De ese baile nos habían dicho de todo, «que era esto, que lo otro, que aquí y que allá», pero decidimos asistir por nuestra propia cuenta y riesgo, como testigos participantes.
Aunque un amigo nos aconsejó no ir muy bien «chainiado», decidimos sacar las mejores municiones de nuestro escuálido arsenal. Empezamos con una ducha a profundidad con esencias aromáticas porque ¿a quién puede atraer un hombre hediondo a cabrito?.
Una camisa Perry Ellis, un traje entero negro cruzado (el único) y relucientes zapatos Florshein (de por ahí, por el Mercado) ¡Ayyy carajo! Completaron el vestuario.
Luego observamos con satisfacción el resultado de tan impactante metamorfosis, que nos acercaba más al ideal de flamante parlamentario y nos alejaba -por esa noche- del clásico (y limpio) periodista.
Una mirada al espejo nos arranca una exclamación narcisista: «¡wao! ¡a este chango las chiquillas le van a brincar esta noche como pulgas!».
Para completar el atuendo unas gotas de colonia Carolina Herrera, un poquito de Azzaro en el pañuelo y unas cuantas gárgaras de Listerine (valga el anuncio), por aquello del aliento noqueador...
Rumbo al baile
Como un hombre tan elegante se vería raro en bus, ¿verdad? lo obvio era llamar a un taxi... marcamos el 224-7979... «siiii, Coopetico!!», «..mire, tiene un carrito para el Condominio de los Periodistas? Si... en San Pedro, por la U. Latina...».
Por el otro lado la joven nos dice que espere... y espere... y al rato: «mire señor, no tenemos taxis, el problema es que hoy es 30 de diciembre... usted comprenderá...».
Minutos más tarde el elegantísimo y perfumado hombre de esta historia se bajó de un taxito pirata, en el que viajó sosteniendo el asiento, que se le corría y la puerta, para que no se le abriera.
En el hotel XXX una fila de personas, en su mayoría mujeres, aguardaba a la entrada del salón T... Intercambiamos una mirada de inteligencia con el organizador, y luego cerramos un ojo a Eustace Thorborne, un gran amigo, que esa noche haría de fotógrafo encubierto o "paparazzi".
Mirar y ¿ser mirado?
A la puerta del salón ofrecen un trago. Optamos por una copa de vino blanco, al que paladeamos, mientras nos abrimos campo entre las mesas, atestadas de bulliciosa gente.
En las mesas, con manteles largos de tela en tonos pastel hay globos de colores, dispuestos de forma curiosa, dos arriba, flotando en la ruidosa atmófera, uno más elevado que el otro.
Empezamos caminando entre las filas de mesas. El ambiente resultaba tibio y la media luz permitía observar, aunque no con mucho detalle el rostro de los asistentes.
La media luz tiene su magia: se adivina que el viejito de por allá, con camisa celeste, tiene canas, pero no es posible calcular cuántas, y que la elegante señora de vestido escotado tiene arrugas, pero la verdad, de que está más arrugada que una lata de cinc, eso no es posible observarlo en esa semiclaridad.
De repente nos llegó la sensación de quien es observado con cierto detalle, como si fuéramos modelos de pasarela, o quizá como bacterias a través de la lente de un microscopio.
Detrás de un grupo nos sale al paso una chica treintona, saca su martillo y nos clava la mirada. Es bonita, tiene rasgos de niña y se ve muy bien, enfundada en un cortísimo traje que imita la piel de leopardo.
«¡Carajo va bien la cosa. No me quita el ojo esa chica! Y está guapona» Desde una esquina neutral nos retiramos a tomar los apuntes de ambiente. Bien raro se debió ver ese señor que se vistió tan elegante, para ir a un baile y sentarse solo a tomar apuntes en un rincón.
Desde allí había que buscar los rostros de posibles entrevistados. «Mmmm, aquella rubia de minifalda, la morenita de vestido blanco; y... -¿porqué negar el interés personal?, la mujer soñada. ¿Acaso nadie la invitó al baile?
Sigue la fiesta
La mayoría de los hombres ahí presentes llegaron vestidos sencillamente. Unos con sweter, otros en jaquet, otros simplemente en mangas de camisa.
En ese sentido ellas parecen más cuidadosas, lucen estolas, bufandas y algunas exhibían bonitos trajes de noche. Y ni qué decir de los perfumes: esta señora de al lado me olía al conocidísimo Chanel No. 5, que en los cincuentas diera a conocer Marylin Monroe; aquella jovencita trigueña dejó tras de si el aroma a cítricos del Gabriela Sabatini y a la entrada topé con una dama con el fuerte aroma de Amarige de Givency.
-¿Señora, buenas noches, me llamo Luis? ¿Le importaría si me siento un ratito a su lado?
-No. De ninguna manera. Déjeme poner mi abrigo en esa otra silla.
La rubia de faldita corta nos dirige una mirada escrutadora, como si quisiera leer de un tirón todo nuestro curriculum.
Es una herediana divorciada. Se casó hace cinco años con un hombre menor que ella, la relación no funcionó y ella se cansó de hacer el papel de esposa y madre.
-Por dicha no tuvimos hijos -dice haciendo un gesto de fingida alegría-
-¿Y qué significa este baile para usted?
-Me gustaría conocer a alguien. Un hombre interesante con quien compartir...
-¿Y cuál es su ideal de hombre?
-Lo físico no me importa tanto. Me gustan los hombres maduros, responsables, trabajadores, que tengan un buen sentido del humor.
Katty, que así se llama la rubia, no toma. Se aferra a un vasito lleno hasta la mitad de gin.
-¿Y usted joven no baila?
-Que va. Baila más el trompo de un bus de Sabana-Cementerio que yo. (Risas)
Con el pretexto de ir al baño elegimos a la siguiente entrevistada. Se llama Norma, viene desde Villa Hermosa, Alajuela. Es una mujer de esas que llama Ricardo Arjona de «cuatro décadas», pero no ha perdido la hermosura, tiene ojos color miel y lleva su negro cabello atado por una colita azul que le hace juego con el vestido.
-¿Oiga niña, es la primera vez que asiste a este baile?
-No. He venido a los últimos cuatro, pero con igual resultado. Sólo pude bailar en un par de ocasiones, la primera con un mexicano que iba de paso y se hospedó en este hotel...
-¿Y la segunda?
-Ayyy, viera qué chile. Me gustó. Era un muchacho de unos treinta y cinco, me dijo que era ingeniero y era verdad; pero resultó que estaba desempleado y de feria resultó hasta casado. Por suerte me enteré a tiempo.
-¿Cómo hizo para saber eso?
-Ahhh, es que a las mujeres no se nos va nada. Tarde o temprano nos llegamos a enterar. Este país es muy pequeño y siempre aparece alguien que conoce al fulano. Me llevé una desinflada. ¡Viera usted!
Entre los asistentes hay de todo: gorditos, bien panzones, otros medio llantuditos; pero todos sonrientes y festivos; otros flacos como espinas; o bien altos y sobran los bailarines.
La siguiente es una jovencita de talle fino, cabello castaño, muy lacio, labios carnosos, bien pintados y ojos grises de mirada inquieta. Se llama Rosaura y nos confiesa que se graduó recientemente de abogada, pero aún no ha logrado colocarse.
-Rosaura, usted como abogada está con todas las de la ley. (Risas)
La joven acepta el piropo. Su expresión se suavisa y agrega más detalles: es soltera y tiene 28 años. En su vida hubo dos novios, pero el último -el que más quiso- la dejó plantada a las puertas del altar.
-Mmm ¡qué pena! Y una muchacha tan bonita. ¿Y vino aquí para encontrar el hombre ideal, me imagino?
-Viera que no. Lo que pasa es que me siento muy sola. Me gustaría hacer amigos, aprender y compartir; pero aún me siento herida, no estoy preparada para una relación.
Chiringa-chinga
A las 9:10 p.m. se empezó a escuchar a los músicos de la Siguaray mientras comprobaban los instrumentos y José Manuel Masís «Mongo-Mongo», el maestro de ceremonias, dio por iniciado el baile.
«Señores, señoras y señoritas, nuestro graaaaann Club Internacional de Solteros, viudos y divorciados de Costa Rica los saludan, tengan ustedes muy bueeeenas noches...
De inmediato la orquesta Siguaray empieza con el merengue «Cintura de fuego». Decenas de caballeros se levantan, como impulsados por un resorte, y la pista se llena de parejas de viejos y jóvenes, altos y bajitos, calvitos y pelilargos...
Nos volvermos a Eustace, el amigo que nos sirve de fotógrafo encubierto y le preguntamos: ¿y qué pasa si no bailo?
-Mirá nada. Pero aquí lo mejor es bailar. A veces las mujeres lo llegan a sacar a uno y aunque no sepa hay que echar pa lante. Una vez llegó una dama a sacarme, se vino desde la otra esquina. Ella puso el ojo y colocó bien la bala. La acompañé luego parte de la noche... y otros días.
-¡Caray! Entonces te fue bien. -indicamos, mientras golpeábamos un cigarrillo.
A Jeannette la conocimos esa noche. Tiene 28 años y dice ser economista. Tiene una sonrisa alegre. Esa noche llegó con pantalones oscuros, una blusa de seda y encima una sweter de cuello en V.
Dice que es la segunda vez que asiste a este baile. Le gusta el ambiente. «Asisto a esta actividad porque me gusta conocer personas y hacer amigos. Soy muy amistosa», nos dice y agrega:
«Mire, he sabido de gente que se ha conocido en estos bailes, y luego se han casado. Otros vienen aquí religiosamente todos los meses, también hay quienes siguen al grupo musical o de casualidad están hospedados en el hotel».
¡Tirémonos a pista!
La Siguaray ahora interpreta «Sabor a mi», un bolero del tiempo de cuando las culebras andaban paradas, luego siguen con «De amor» y «El Rinconcito», dos temas que la mexicana Sonia López dio a conocer allá por 1960, hace ya su rato.
Miro la pista y a un lado veo pasar y repasar en un movimiento frenético, casi circular como las aspas de un molino, a la chica de vestido de leopardo quien a lo lejos nos dirige una mirada despectiva, como diciendo: «lo que usted no quiso otro si. ¡Salado!».
Y el conjunto continúa tocando, ahora el merngue «Tu sonrisa», popularizado por Elvis Crespo. Allá, en un rincón atisbamos desde hace rato a una joven bien bonita, ojos claros y lleva el cabello dispuesto en colochitos. La chica no deja de tomar cerveza, primero una, luego otra y otra. Se pega a la botella como un niño a un helado.
Al principio nadie la invita a bailar ni se le arrima. Por fin un caballero, alto y musculoso llega a sacar a la solitaria y es entonces que la chica muestra todo su esplendor. «¡Qué cuerpazo! Hacen buena pareja esos dos», pensamos.
La última entrevistada de esa noche es una muchacha delgadita, pero bien surtida y apretadita, de esas que tienen de todo como las pulperías de mi pueblo.
Pero al igual que la muchacha de la botella, a esta nadie la invitaba a bailar. Marta, tal es su nombre, vive en Tibás y nos resultó nutricionista. Sonreímos y el oficio de Marta nos dio pie para la siguiente yeguada:
-Como nutricionista es usted una joven muy bien nutrida ¿verdad?
La chica nos miró con la fijeza de esas imágenes congeladas de la televisión; su mirada salía de detrás de unos anteojos de lente grueso, de seguro no atinaba si reir o quedarse seria; luego sonrió con dulzura.
Después nos diría que vive con sus padres, que tiene 32 años y que al último novio ella misma lo «fumigó», después de darse cuenta que no lo quería.
-¿Así de dura es usted princesa?
-Idiay. Era peor tenerlo engañado.
Algo había en esa chica miope que nos gustó. ¿El pelo? ¿Los dientes pequeñitos y separados? ¿La risa traviesa? La verdad no sabemos; pero lo cierto es que, dejando la libreta a un lado, de repente nos vimos ahí, en media pista, brincando como cabras al ritmo de la cumbia «El Garrote», de los Huracanados de Argentina y luego, del reprisse del merengue «Cintura de fuego»...
Una hora después la Siguaray y su cantante Javier Arce interpretaron «Te veo venir soledad», una balada que lanzó una vez más al elegante señor de esta historia al centro de la pista y de la mano de la radiante nutricionista.
¡Ahhh, viera usted qué lindo que estuvo aquello! Fue un final como dice Mario Giacomelli ¡DE PELÍCULA! ¡Igualito que volver a los 17! (FIN)
NOTA: A mis queridos -y fieles- lectores, por ahora, les quedo debiendo las fotos; pero les prometo que apenas contacte a Eustece, quien las tomó, yo se las muestro, así como nos salieron. Gracias!