30 de octubre de 2006

¿Cómo le dicen?

¡Verídico!, lo que hace 40 años significaban ciertos términos no es lo mismo que hoy día. Veamos algunos ejemplos:
*
1960= un carajillo medio atarantado
2.000= jovencito con el síndrome bipolar
*
1960= ir a gastarse la plata en tonteras
2.000= irse de "shopping"
*
1960= botadero municipal de basura
2.000= Parque Ecológico de Biotecnología Ambiental
*
1960= irse a dormir a la vecindad
2.000= ir a un "pijama party" o piyamada
*
1960= vivir con la querida
2.000= vivir con la compañera sentimental
*
1960= mujer garroteada
2.000= caso de violencia intrafamiliar
*
1960= vendedor
2.000= ejecutivo de cuenta
*
1960= borracho
2.000= bebedor social
*
1960= mujer harta porque el carajillo no la deja dormir
2.000= depresión post parto
*
1960= brujo, curandero
2.000= mentalista, psíquico
*
1960= bruja
2.000= clarividente
*
1960= flaca
2.000= anoréxica
*
1960= peluquero
2.000= estilista
*
1960= sirvienta
2.000= servidora doméstica
*
1960= ladrón, delincuente
2.000= amigo de lo ajeno, antisocial, elemento
*
1960= tombillo
2.000= oficial de policía, efectivo
*
1960= despidos masivos
2.000= reestructuración
*
1960= médico que mata al paciente
2.000= caso de eutanasia
*
1960= inventar estar enfermo
2.000= enfermedad psicosomática
*
1960= curandero
2.000= médico alternativo
*
1960= meterse en un pedrero lleno de monte
2.000= hacer "tracking"
*
1960= ser un vicioso
2.000= farmacodependiente
*
1960= ser un gran vago
2.000= hombre sin oficio conocido
*
1960= renco, ciego, sordo
2.000= discapacitados
*
1960= carajillos vagos
2.000= jóvenes en riesgo social
*
1960= ser altivo, egoísta y fanfarrón
2.000= tener una muy buena autoestima
*
1960= robarse el ICE con todo lo que tenga dentro
2.000= modernización, apertura del ICE
*
1960= novia
2.000= amiga con permiso...
*
1960= estar enculado (muy enamorado) de la novia
2.000= codependencia afectiva
*
1960= filibustero, sinvergüenza, vendepatria
2.000= respetable negociador de Todo Lo que Crea "bueno" para el país.
*
1960= reo
2.000=privado de libertad
*
1960= transportador de drogas, traficante
2.000= humilde, amable y apacible pescador
*
1960= guerrillero, genocida, criminal de la guerrilla
2.000= humilde, amable y amigable pescador
*
1960= héroe, por haber muerto después de quemar el Mesón de Guerra Filibustero
2.000= héroe... por anotar un gol en el estadio

26 de octubre de 2006

La rana enamorada


Un señor de 100 años va caminando por la orilla del lago de La Sabana. De pronto siente que "algo" le brinca al zapato y descubre con asombro que es una enorme rana.

Para su sorpresa, la rana le dice en tono seductor: "Oiga doncito, si usted me aprieta y me besa yo me le convierto aquí mismo en una hermosa princesa, una chiquilla despampanante, con un cuerpo como esas, que sacan en la primera página de la Extra".

El hombre, sorprendido ante tal declaración, voltea a mirar hacia todos lados y al darse cuenta de que nadie lo está viendo... toma la rana y la mete rápidamente dentro de su jacket y a paso rápido sigue su camino.

Minutos más tarde la rana le vuelve a decir:

-Hey, hey, doncito ¿qué, no me va a besar? Acuérdese, usted me pega un buen besote y yo me le convierto en una princesa, una mamasota despampanante".

El hombre mayor frena en seco y le dice:

-MIRE PRINCESITA, A MI EDAD ES MAS DIVERTIDO TENER UNA RANA QUE HABLA!

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25 de octubre de 2006

Una cita con los ángeles

Por: Luis Fernando Mata
Cuando creía que no había más que hacer, Dios envió la solución de la forma... menos esperada...

El 14 de setiembre de 1978, un día caluroso y húmedo, se me ocurrió salir (con la que era) mi esposa y dos hijos a observar el tradicional desfile de faroles en Escazú y además, probarle el motor a un carro que habíamos adquirido.

Después de varias vueltas por un San José más despejado en carros que hoy en día, comprar helados a los niños y ver, aunque de lejos lo faroles, decidimos regresar a casa.

Cuando iba a guardar el vehículo decidimos continuar el paseo, porque ya los chicos se habían dormido atrás.

Empezamos a subir y a subir por una carretera que, después de ser una recta de un par de kilómetros, serpentea hasta detenerse abruptamente en las faldas del cerro Pico Blanco. Eran las seis de la tarde y el calor se había transformado en el frío seco de las cumbres.

La calle, que se estrechaba hasta convertirse en algo más que un trillo de lastre, ahora continuaba bajo la forma del lecho seco de un río, un sendero escarpado, apto sólo para mulas.

Decidí detenerme para dar ahí la vuelta y luego bajarnos a disfrutar de la vista, que desde ahí es imponente, porque domina todo el Valle Central.

Cuando realizaba la maniobra, nuestro pequeño Honda Civic, se fue hacia atrás, cayendo suavemente en una especie de zanja, que escapó a mi observación por estar cubierta de maleza.

El vehículo quedó con la parte trasera en la zanja, en tanto que las llantas de adelante sobresalían en el aire, sin posibilidad alguna de obtener tracción para salir de ahí.

A como pude salí del carro y miré alrededor, eran cerca de las 7 de la noche. A lo lejos la luna llena asomaba por los cerros que conforman la Cordillera Central. Hacía mucho frío y el canto de los grillos se hacía cada vez más fuerte.

La casa más cercana se veía allá, a lo lejos, bajo la forma de una parpadeante lucecilla. Dentro del carro, ajenos al percance, los niños continuaban dormidos y desde el asiento del acompañante, la mamá los observaba con preocupación.

¿Qué hacer? El carro medito ahí, en ese hueco...¿Cómo sacarlo?

Recorrí los alrededores, buscando una respuesta, cuando de repente escuché unos cantos que se acercaban en dirección nuestra: eran una docena de niños, todos vestidos con el uniforme de los Scouts.

A lo lejos, la tropa de chiquillos cantaba y danzaba alegremente; algunos jugaban de perseguirse unos a otros y reían.

Al vernos se acercaron sin dejar sus bromas y risas. Uno de ellos dijo: "Señor, no se preocupe, nosotros le podemos ayudar", a lo que asentí. Luego los vi correr, rodear el carro, al que levantaron en peso, con los niños dormidos y su madre, para luego colocarlo suavemente sobre el angosto camino.

Entré al vehículo, arranqué el motor y cuando miré hacia atrás, para dar las gracias a los muchachos... ya no estaban... ¡no había nadie! No podía creerlo, salí del carro, caminé en derredor, mirando hacia todas partes, pero no hallé la menor señal de persona alguna.

Al otro día, ya con la luz de la mañana, revisé el carro y para mi sorpresa no tenía rasguños, ni suciedad ni tampoco marca alguna de las manos de esos niños. Eran como si acabara de sacar el vehículo del centro de lavado.

Mire, no puedo del todo asegurarlo, sólo Dios lo sabe; pero estoy por creer que ese fue nuestro primer encuentro con los ángeles de Dios.

24 de octubre de 2006

En el Buen Pastor

Luis Fernando Mata
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ENTREVISTA
 
 
...tengo miedo, mucho miedo...
 
La chiquita se me perdió, le dije, se me ahogó en la hamaca y después la enterré. La sacaron los de la OIJ. Perdí la cabeza. Fue una cosa extraña. Por eso estoy aquí desde hace siete meses, encerrada, esperando a que me juzguen. Viera, tengo un miedo...
 
Aparte de esa chiquita que murió tengo tres hijos más: una de 13 años, que la tuve cuando yo tenía 12, ahora tengo 25. A esta me la quitaron estando muy pequeñita porque no creían que una güila pudiera cuidarla, otro de 8 años y uno de año y medio están con mi mamá.
 
Mi mamá vivía sola con nosotros allá en San Carlos. Tenía yo 5 años cuando se juntó con un señor que me faltaba al respeto. Después llegó otro padrastro que quería que yo anduviera siempre con él y me hacía lo que le daba la gana.
 
Un día, teniendo yo seis años me le escapé a este hombre y me fui donde mamá y lo acusé. Ella me dijo: ¡Qué mentirosa que sos!
Ella no creía y nunca hizo nada, se hacía la que no le importaba ¿Acaso no iba a ver los chilillazos? El me violó.
 
Yo tenía que estar despierta desde las 4 de la mañana, a las 5 debía levantarme y después me iba con mi padrastro. Mamá alistaba el almuerzo para los dos.
 
 Nos íbamos a limpiar fincas, él me asignaba un pedazo de terreno para que yo lo limpiara con el cuchillo. Ahí en el monte me hacía de todo y yo con seis años no hallaba qué hacer, no había a quien pedir ayuda en esas soledades.
 
Recuerdo que me pegaba con cables de electricidad. A los 11 años quedé embarazada de mi padrastro. Cuando él se dio cuenta le dijo a mi mamá que iría conmigo a hacer un mandado a San Ramón. Primero me llevó a coger café, luego a un lugar por Puerto Viejo, ahí me fue a meter.
 
 Para ese entonces todo el mundo tenía que ver conmigo porque yo era bonitilla, él se enojaba porque le decían suegro en todas partes. Contra él no podía hacer nada porque me tenía amenazada, era la mujer de él, me pegaba, llegaba borracho, me amenazaba con un cuchillo diciéndome que me iba a cortar la cabeza.
 
Faltaban 15 días para mejorarme cuando me llevó a Pital de San Carlos. Hasta ese momento no había tenido noticia de mamá. Me llevaron al hospital y allí me regalaron la chiquita. El siguió pegándome, se emborrachaba. A la chiquita me la quitaron, yo la quería mucho.
 
Cuando mi hija tenía 9 meses nos vinimos y recuerdo que en el camino unos hombres comenzaron a molestarlo, le decían "suegro", "me la cuida", y él se devolvió, lo vi agarrarse con dos de ellos, luego empezó a perseguirme como loco con un puñal como si yo tuviera la culpa.
 
Recuerdo que en mi congoja me metí en una casa de una muchacha que iba a ser la madrina de la chiquita, se la entregué y seguí corriendo porque debía huir de ese hombre. Por cuatro días anduve de un lado para otro sin saber donde estaba. Tenía yo 12 años.
 
Regresé a los dos meses, llegué y vi que la chiquita ya empezaba a caminar. Cuando me le iba a acercar para llevármela, los de la casa me dijeron: "como es eso, esa chiquita es de nosotros, usted es una güila y no puede cuidarla". Me fui llorando de ahí. Nunca les metí pleito, no la volví a ver. Creo que ahora tiene 12 o 13 años. Viera cómo he sufrido por ella.
 
Nunca he sido una muchacha mala, nunca he andado en vicios ni he sido mujer de muchos hombres.
 
Cuando mamá se dio cuenta de lo que ocurría puso orden de captura contra mi padrastro, jamás lo agarraron. Ahora él anda por ahí, solo, libre y yo aquí encerrada.
 
El padrastro ahora anda como perro por la calle y nadie le dijo nada. Un viejo de esos le echa a uno a perder la juventud y se valen del temor que uno les ha tenido por tanto tiempo.
 
Yo por dicha me le escapé y me fui para una casa, pasó el tiempo y a los 15 años me enamoré de un muchacho que vivía por Cutris, me fuí a vivir con él. Cuando quedé embarazada del chiquito que ahora tiene 8 años él no quiso hacerse responsable, recuerdo que me dijo "yo estoy muy jovencito para dejar embarazada a una mujer, ese niño debe ser de otro".
 
Hace dos años me encontré a un nica. El tenía tres guilas y yo tenía uno. Al tiempo nos nació otro que ahora tiene año y medio y...después esa bebé.
 
El a veces viene, lo hace cada 22 días, pero llega a pelear aquí, siempre me dice que estaba mejor cuando vivía solo.
 
Un día me fui a lavar y la chiquita se quedó sola en la hamaca. Cuando regresé le hice un chupón de agua de azúcar y la envolví bien. Para mi sorpresa después me la encontré ahogada, tenía la carita morada. Me asusté mucho, perdí el control, sentí miedo, mucho miedo de lo que pasaría cuando llegara el nica y solo atiné a enterrar a la chiquita.
 
En ese momento de seguro no estaba consiente de lo que hacía, escarbé, escarbé...después le dije al OIJ donde estaba. Usted sabe, son accidentes, yo no debía de estar aquí. No me han sentenciado. La chiquita no presenta maltratos, más bien yo estaba feliz con ella.
 
Mire, no me considero mala, no soy de fiestas ni bailes, no fumo ni tomo, me gusta la vida sencilla y no hago lo que otras aquí, que fuman marihuana y arman escándalos.
 
Sufro mucho por los chiquitos. Mamá es muy pobre, somos 7 hermanos y ahora ella está de nuevo embarazada.
 
¿Mi padre?. No se de él. Dice mamá que está en Nicaragua.
¿Leer La Biblia?, yo quisiera hacerlo, pero mire, no se leer ni escribir, a mi no me pusieron nunca en la escuela. A veces deseo saber leer porque sé que hay muchos libros interesantes. Pero, sin embargo, cuando esto salga publicado no se olvide de traerme la revista en la que usted escribe, tal vez alguien me la lea.
 
Del nica mis compañeras dicen que ese hombre no me merece. Pero él es la única manera de comunicarme con mamá, con él le mando plata, él me deja para papel higiénico y jabón. Aquí yo gano 600 pesos por quincena limpiando la escuela.
 
¿Que por qué no estudio en esa escuela?. Mire, ahí se estudia para sacar el diploma de sexto grado, pero no hay lecciones para los que no sabemos nada.
 
Ahora me tienen acusada de homicidio, al principio fue culposo, pero el abogado luchó para que se le calificara como simple. Viera qué miedo tengo, imagínese que si me condenan tendré que pasarme 15 años aquí...
 

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23 de octubre de 2006

Eso que llaman Política

Por: Luis Fernando Mata
 
La política es una mierda y, desgraciadamente, para sobrevivir, muchos tienen que embarrarse de ella.
 
La política es el arte de hacer creer a los demás que luchan por sus intereses, cuando en realidad están luchando por los intereses del político.
 
La política normalmente beneficia, si es que lo hace, a quienes están dispuestos a erigirle altar y quemarle incienso.
 
La política te vende una esperanza y luego, para garantizártela, te entrega los números del 0 al 98, a sabiendas de que el ganador será el 99, y que le pertenece a ella.
 
Hacer política es lograr que todos salten de alegría, porque "ganaron" mientras que, detrás del telón, unos pocos se reparten los beneficios del triunfo.
 
La política es un acto de ilusionismo que te lleva a estar de acuerdo con el político; pero cuando llega la realidad y se disipa la magia, ya es demasiado tarde y a nadie le preocupará si estas o no de acuerdo con las decisiones que se tomen... en tu nombre.
 
Por eso, a las puertas de tomar un camino que podría ser fatal para la economía de nuestro país hoy debemos asumir la posición que nos corresponde y decir:
 
"¡Despierta Costa Rica, dí no al TLC!"

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La Flor de la Honestidad


Se cuenta que hace muchos años en la China antigua, un príncipe de la región norte del país estaba por ser coronado emperador, pero de acuerdo con la ley, él debía casarse. Sabiendo esto, él decidió hacer una competencia entre las muchachas de la corte para ver quién sería digna de su propuesta. Al día siguiente, el príncipe anunció que recibiría en una celebración especial a todas las pretendientes y lanzaría un desafío.

Una anciana que servía en el palacio hacía muchos años, escuchó los comentarios sobre los preparativos. Sintió una leve tristeza porque sabía que su joven hija tenía un sentimiento profundo de amor por el príncipe. Al llegar a la casa y contar los hechos a la joven, se asombró al saber que ella quería ir a la celebración. Sin poder creerlo le preguntó:
- "¿Hija mía, que vas a hacer allá? Todas las muchachas más bellas y ricas de la corte estarán allí. Sácate esa idea insensata de la cabeza. Sé que debes estar sufriendo, pero no hagas que el sufrimiento se vuelva locura".
Y la hija le respondió:
- "No, querida madre, no estoy sufriendo y tampoco estoy loca. Yo sé que jamás seré escogida, pero es mi oportunidad de estar por lo menos algunos momentos cerca del príncipe. Esto me hará feliz".
Por la noche la joven llegó al palacio. Allí estaban todas las muchachas más bellas, con las más bellas ropas, con las más bellas joyas y con las más determinadas intenciones. Entonces, finalmente, el príncipe anunció el desafío: "Daré a cada una de ustedes una semilla. Aquella que me traiga la flor más bella dentro de seis meses, será escogida por mí para ser mi esposa y futura emperatriz de China".
La propuesta del príncipe seguía las tradiciones de aquel pueblo, que valoraba mucho la especialidad de cultivar algo, sean: costumbres, amistades, relaciones, etc. El tiempo pasó y la dulce joven, como no tenía mucha habilidad en las artes de la jardinería, cuidaba con mucha paciencia y ternura de su semilla, pues sabía que si la belleza de la flor surgía como su amor, no tendría que preocuparse con el resultado.
Pasaron tres meses y nada brotó. La joven intentó todos los métodos que conocía pero nada había nacido. Día tras día veía más lejos su sueño, pero su amor era más profundo. Por fin, pasaron los seis meses y nada había brotado. Consciente de su esfuerzo y dedicación la muchacha le comunicó a su madre que sin importar las circunstancias ella regresaría al palacio en la fecha y hora acordadas sólo para estar cerca del príncipe por unos momentos.

En la hora señalada estaba allí, con su vaso vacío. Todas las otras pretendientes tenían una flor, cada una más bella que la otra, de las más variadas formas y colores. Ella estaba admirada. Nunca había visto una escena tan bella. Finalmente, llegó el momento esperado y el príncipe observó a cada una de las pretendientes con mucho cuidado y atención. Después de pasar por todas, una a una, anunció su resultado.

Aquella bella joven con su vaso vacío sería su futura esposa. Todos los presentes tuvieron las más inesperadas reacciones. Nadie entendía por qué él había escogido justamente a aquella que no había cultivado nada.

Entonces, con calma el príncipe explicó: "Esta fue la única que cultivó la flor que la hizo digna de convertirse en emperatriz: la flor de la honestidad. Todas las semillas que entregué eran estériles".
Autor Desconocido

21 de octubre de 2006

El fusilamiento


Armenia es un pequeño país asiático sin costas, su extensión es un poquito más de la mitad de nuestra Costa Rica, en tanto que su población viene siendo en número muy parecida a la nuestra.

Antes de 1991, año en que se independizó,  pertenecía a la Unión de Repúblicas Soviéticas, aún así, según las estadísticas, su población es cristiana en un 94%.

En el libro "Como combatir el miedo", del escritor norteamericano Don Gozzet, el autor nos narra un curioso pasaje de la historia de este país. Como el escrito es muy extenso, lo he reducido a un tamaño manejable, parafraseándolo, hasta donde me  fue posible.

En 1888 hubo una guerra entre Armenia y sus vecinos de Azerbaiyán, que en su mayoría son musulmanes.

En esa ocasión los armenios fueron invadidos por varias tribus enemigas, que se dedicaron a perseguir a los cristianos, a quienes torturaban y mataban.

Un día llevaron a cuarenta armenios cristianos en fila para ser ejecutados. Les dieron a elegir: si negaban a Jesucristo serían perdonados.

Uno por uno fueron llevados al círculo de ejecución y una vez allí se les preguntaba si negaban a Cristo. Todos dijeron un no rotundo y fueron fusilados... todos... menos uno.

Cuando llegaron al último hombre y le preguntaron si negaba a Cristo, este dijo que sí y fue perdonado.

De repente, el soldado musulmán que tenía el rifle con el que estaba fusilando se dirigió a este último hombre, le entregó el arma y le dijo:

-Toma tú mi lugar, que yo tomaré el tuyo.

Así, el último de los cuarenta tomó el fusil y salió a disparar. El soldado se paró firme en el círculo de ejecución, pero antes de ser fusilado pidió, como última voluntad, hablar así a su verdugo:

-Primero déjame hablar; quiero explicarte por qué hago esto. Yo estuve parado ahí donde tú estás, y desde ahí he fusilado a treinta y nueve hombres, y cada vez que mataba a uno, un hermoso ángel con traje resplandeciente descendía, y le ponía una corona sobre la cabeza. Yo vi al último ángel que venía con una corona en sus manos, pero tú, que eras el último hombre, te acobardaste y negaste a Cristo. ¡Yo quiero esa corona; el ángel continúa ahí, en espera. Puedes fusilarme, pues acepto a Cristo como mi Señor y me llevo la corona!

Esta maravillosa historia nos ilustra lo dicho por el Señor en su Palabra:

"Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida" (Apocalipsis 2:10)

20 de octubre de 2006

Escape hacia el olvido


Por: Luis Fernando Mata


    • Leyenda de Escazú "casi" desconocida
Nací en Escazú, a 50 metros de la Iglesia Católica y desde niño sentía afición por las leyendas, por esas historias que circulan de boca en boca; pero que nadie sabe de su autenticidad.

Mi abuela, Laura Brenes Angulo, un personaje del pueblo a quien llamaban "Lula" (y quien murió en 1994 de 86años ), se dedicaba a poner inyecciones a los enfermos y así, entre visita y visita, ella se enteraba de hechos y situaciones que después nos compartía, en ocasión de alguna reunión familiar.

A una de esas leyendas, salida de la boca de mi abuela, la he llamado "Escape hacia el olvido", es la historia de una joven veinteañera, maestra de profesión y que trabajó atendiendo los primeros grados allá, a mediados de los años 30 en la Escuela República de Venezuela.
Bueno, dejémonos de palabras y aquí les va la historia, así como me la contaron, así yo se las cuento:


La llamaban la Niña Finita y era parte de una respetable familia, de las más tradicionales y adineradas del pueblo. Vivía cerca de la escuela y tanto los niños como las familias enteras la adoraban por ser muy alegre, paciente y simpática.

Eran tiempos en que muchos pequeños llegaban descalzos a las aulas, con los cuadernitos y el silabario dentro de saquitos de manta. Se escribía con lápiz y casquillo, porque no existían los bolígrafos.
La joven maestra se había ganado el corazón de todos porque, aparte de su temperamento dulce y jovial, se preocupaba por comprar con sus propios recursos los cuadernos y libros de los niños más pobres.
En los fines de semana, cuando no estaba trabajando, la Niña Finita cuidaba de las muchas plantas que había en el jardín de su casa, de las violetas, anturios, begonias y guarias y también de los helechos, que colgaban del enorme corredor de la casa solariega de sus padres.

Su habitación tenía un pequeño y coqueto balconcito de madera pintada de azul índigo y blanco, al igual que el resto de la imponente residencia colonial.
Lo que se sabe y aún recuerdan algunos de los ancianos del pueblo, es que la casa de la Niña Finita, por su ubicación y diseño, era la preferida de los políticos de entonces para ofrecer sus proclamas.
Un día, nadie sabe de dónde, apareció en Escazú un joven muy apuesto, alto, elegante, de piel bronceada y una sonrisa que muy pronto cautivó a las jovencitas del cantón.

El extraño personaje no tardó en hacerse notar, paseando despreocupadamente por las empedradas calles, montado en caballos finos y briosos.
Algunos decían que era un maestro de primaria, otros que era pariente del director de la escuela, otros que era un rico extranjero, que venía a comprar tierras y establecerse aquí. Lo cierto es que el joven empezó a destacar en los turnos y fiestas, durante las llamadas carreras de cintas.
Con un punzón de madera especial, semejante a la empuñadura de un picahielo de los actuales, el desconocido competía en las carreras y derrotaba con facilidad a los más hábiles jinetes.

Una tarde de sábado, mientras la Niña Finita se asomaba al balcón de su cuarto, sus ojos color miel se cruzaron con los de acero de aquel desconocido, y algo ocurrió en el corazón de ambos, como un destello que iluminó el rostro de la joven maestra, quien a partir de entonces jamás sería la misma.

La historia aún no nos aclara quien fue el responsable del acercamiento; pero por las costumbres de la época, suponemos que el ilustre desconocido fue quien tomó la iniciativa.
Ambos, la Niña Finita y el extraño entablaron una estrecha amistad que empezó a generar preocupación en la familia de la muchacha, muy religiosa, conservadora de los formalismos y tradiciones en boga.

Por aquellos días se acostumbraba que el pretendiente, muy bien trajeado, visitara a su prometida en su casa, que diera la cara ante el padre de la familia, manifestando con transparencia sus intenciones y al final, el aspirante a novio pedía "la entrada" o bien "la mano" de la muchacha.
Pero aquel desconocido insistía en cortejar a la joven de una manera un tanto informal, lejos del control y vigilancia familiar, aprovechando la salida, entrada y los recreos de la muchacha en su trabajo en las aulas.

Poco a poco, y pese a sus protestas, la familia de la Niña Finita empezó a cuidar aún más de ella, siempre alguno de sus hermanos o quizá la madre se turnaban para acompañarla al trabajo, o bien la iban a topar.
Todos en la casa empezaron a manifestarle su desacuerdo, con esa relación tan poco formal e impropia de un hombre con buenas intenciones. La familia entera se unió para hacer "entrar en razón" a la muchacha.

Cuenta la leyenda que una noche de luna llena, después de las fiestas de San Miguel, se abrieron las pequeñas y delicadas puertas de madera que daban al balcón de la residencia de la Niña Finita.
Unos pocos trasnochados, de los que pasaban por ahí a esas horas, observaron a la joven maestra asomarse a su balcón, más hermosa y sonriente que nunca, enfundada en un vestido largo, blanco, como de novia. Parecía esperar o aguardar a alguien.
De repente, y como salido de la nada, se escuchó el relincho de un caballo que pasó a todo galope, alejándose velozmente, en tanto que atrás quedaba aquel balconcito de madera, con las puertas abiertas, vacío.

Desde entonces nadie jamás volvió a saber nada de la Niña Finita. Sus familiares, que a no dudarlo sufrieron un gran golpe, por lo sorpresivo de la huída, decidieron no hacer comentarios y el asunto se convirtió en secreto de familia, hasta la fecha.
Existen muchas conjeturas y versiones acerca del paradero de la joven maestra. Allegados a la familia afirman que esta historia no tuvo un final feliz, porque la muchacha fue llevada a otra nación, allí sufrió el llamado "mal de patria" y enfermó, muriendo de una mortal gripe a la edad de 25 años, aún no se sabe exactamente si en México o Colombia.

Cada vez que camino por el centro de Escazú, observo con cuidado las viejas casas de adobe, buscando alguna que tenga ese balconcito de madera de roble, cuyas puertas de acceso, según la leyenda, se mantienen por siempre cerradas como mudo testigo de esa historia de amor, cuyos hechos en detalle quizá nunca se sepan.

Diez formas de resolver conflictos

Por Napoleón Hil
Tomado de su libro "La magia de pensar en grande".

Mantente fresco cuando otros estén furiosos y pierdan la cabeza. Tú tienes el control sobre tus emociones, no lo pierdas. No se trata de no demostrar tu molestia, sino de hacerlo mesuradamente, sin después arrepentirte de una acción cometida en un momento de descontrol.

Recuerda que cada discusión tiene al menos tres puntos de vista: el tuyo, el del otro y los de terceros, los cuales probablemente están más cerca de la objetividad. Siendo más versátil y viendo las cosas desde la perspectiva de los demás, enriquecerás tu propio punto de vista.

Espera a calmarte antes de hablar. Ten en cuenta que la relación es más importante que la discusión. Dale más relevancia a las personas que a las opiniones.

Trata a toda persona con la cual tengas contacto como si fuera un pariente rico, de quien esperas ser incluido en su testamento. Nunca te arrepientas de tratar muy bien a la gente. Es el mejor negocio en todos los sentidos.

Busca el lado positivo y agradable, aún de las situaciones más complicadas y dolorosas. Es una disciplina que te ayudará a pasar más fácilmente los momentos difíciles, y a convertir los problemas en oportunidades.

Establece el hábito de hacer preguntas y sobre todo, de escuchar las respuestas. Pregunta antes de reaccionar. Algunas veces disparamos y después preguntamos. También preguntamos, pero escuchamos para contestar, y no para tratar de entender.

No hagas o digas nada que pueda herir o hacerle daño a otra persona. Aférrate al proverbio que dice que todo lo que uno haga, se devolverá. La gente no recuerda tanto lo que tú dices o haces, sino la intención con la que lo haces.

Sé consciente de la diferencia entre análisis amigable y crítica destructiva. Observa si el propósito de tus palabras es ayudar, desahogarte o hacer daño.

Ten presente que si toleras a los demás, ellos también serán pacientes contigo en los aspectos no muy gratos de tu personalidad.

El verdadero líder sabe reconocer sus errores y aceptar responsabilidad. No olvides que un conflicto bien manejado fortalece la relación, y te ayuda a aprender de las diferencias.

Napoleón Hil

Un Abrazo y que Dios derrame sobre ti bendiciones de Vida, Paz, Amor, y mucha Prosperidad;

17 de octubre de 2006

12 de octubre de 2006

En busca de... mi media naranja

Por: Luis Fernando Mata
Fotos: Eustace Torborne
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En el hotel..., una vez al mes, los solteros, viudos y divorciados tienen la oportunidad de buscar amigos y ¿por qué no? hasta el hombre o la mujer de sus sueños. ++
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Todos los fines de mes, coincidiendo (¿deliberadamente?) con el día de pago, se celebra en el hotel Irazú un baile organizado por el Club de Solteros, Viudos y Divorciados.
De ese baile nos habían dicho de todo, «que era esto, que lo otro, que aquí y que allá», pero decidimos asistir por nuestra propia cuenta y riesgo, como testigos participantes.

Aunque un amigo nos aconsejó no ir muy bien «chainiado», decidimos sacar las mejores municiones de nuestro escuálido arsenal. Empezamos con una ducha a profundidad con esencias aromáticas porque ¿a quién puede atraer un hombre hediondo a cabrito?.

Una camisa Perry Ellis, un traje entero negro cruzado (el único) y relucientes zapatos Florshein (de por ahí, por el Mercado) ¡Ayyy carajo! Completaron el vestuario.

Luego observamos con satisfacción el resultado de tan impactante metamorfosis, que nos acercaba más al ideal de flamante parlamentario y nos alejaba -por esa noche- del clásico (y limpio) periodista.
Una mirada al espejo nos arranca una exclamación narcisista: «¡wao! ¡a este chango las chiquillas le van a brincar esta noche como pulgas!».
Para completar el atuendo unas gotas de colonia Carolina Herrera, un poquito de Azzaro en el pañuelo y unas cuantas gárgaras de Listerine (valga el anuncio), por aquello del aliento noqueador...

Rumbo al baile

Como un hombre tan elegante se vería raro en bus, ¿verdad? lo obvio era llamar a un taxi... marcamos el 224-7979... «siiii, Coopetico!!», «..mire, tiene un carrito para el Condominio de los Periodistas? Si... en San Pedro, por la U. Latina...».
Por el otro lado la joven nos dice que espere... y espere... y al rato: «mire señor, no tenemos taxis, el problema es que hoy es 30 de diciembre... usted comprenderá...».
Minutos más tarde el elegantísimo y perfumado hombre de esta historia se bajó de un taxito pirata, en el que viajó sosteniendo el asiento, que se le corría y la puerta, para que no se le abriera.
En el hotel XXX una fila de personas, en su mayoría mujeres, aguardaba a la entrada del salón T... Intercambiamos una mirada de inteligencia con el organizador, y luego cerramos un ojo a Eustace Thorborne, un gran amigo, que esa noche haría de fotógrafo encubierto o "paparazzi".

Mirar y ¿ser mirado?

A la puerta del salón ofrecen un trago. Optamos por una copa de vino blanco, al que paladeamos, mientras nos abrimos campo entre las mesas, atestadas de bulliciosa gente.
En las mesas, con manteles largos de tela en tonos pastel hay globos de colores, dispuestos de forma curiosa, dos arriba, flotando en la ruidosa atmófera, uno más elevado que el otro.
Empezamos caminando entre las filas de mesas. El ambiente resultaba tibio y la media luz permitía observar, aunque no con mucho detalle el rostro de los asistentes.
La media luz tiene su magia: se adivina que el viejito de por allá, con camisa celeste, tiene canas, pero no es posible calcular cuántas, y que la elegante señora de vestido escotado tiene arrugas, pero la verdad, de que está más arrugada que una lata de cinc, eso no es posible observarlo en esa semiclaridad.
De repente nos llegó la sensación de quien es observado con cierto detalle, como si fuéramos modelos de pasarela, o quizá como bacterias a través de la lente de un microscopio.
Detrás de un grupo nos sale al paso una chica treintona, saca su martillo y nos clava la mirada. Es bonita, tiene rasgos de niña y se ve muy bien, enfundada en un cortísimo traje que imita la piel de leopardo.
«¡Carajo va bien la cosa. No me quita el ojo esa chica! Y está guapona» Desde una esquina neutral nos retiramos a tomar los apuntes de ambiente. Bien raro se debió ver ese señor que se vistió tan elegante, para ir a un baile y sentarse solo a tomar apuntes en un rincón.
Desde allí había que buscar los rostros de posibles entrevistados. «Mmmm, aquella rubia de minifalda, la morenita de vestido blanco; y... -¿porqué negar el interés personal?, la mujer soñada. ¿Acaso nadie la invitó al baile?

Sigue la fiesta

La mayoría de los hombres ahí presentes llegaron vestidos sencillamente. Unos con sweter, otros en jaquet, otros simplemente en mangas de camisa.
En ese sentido ellas parecen más cuidadosas, lucen estolas, bufandas y algunas exhibían bonitos trajes de noche. Y ni qué decir de los perfumes: esta señora de al lado me olía al conocidísimo Chanel No. 5, que en los cincuentas diera a conocer Marylin Monroe; aquella jovencita trigueña dejó tras de si el aroma a cítricos del Gabriela Sabatini y a la entrada topé con una dama con el fuerte aroma de Amarige de Givency.
-¿Señora, buenas noches, me llamo Luis? ¿Le importaría si me siento un ratito a su lado?
-No. De ninguna manera. Déjeme poner mi abrigo en esa otra silla.
La rubia de faldita corta nos dirige una mirada escrutadora, como si quisiera leer de un tirón todo nuestro curriculum.
Es una herediana divorciada. Se casó hace cinco años con un hombre menor que ella, la relación no funcionó y ella se cansó de hacer el papel de esposa y madre.
-Por dicha no tuvimos hijos -dice haciendo un gesto de fingida alegría-
-¿Y qué significa este baile para usted?
-Me gustaría conocer a alguien. Un hombre interesante con quien compartir...
-¿Y cuál es su ideal de hombre?
-Lo físico no me importa tanto. Me gustan los hombres maduros, responsables, trabajadores, que tengan un buen sentido del humor.
Katty, que así se llama la rubia, no toma. Se aferra a un vasito lleno hasta la mitad de gin.
-¿Y usted joven no baila?
-Que va. Baila más el trompo de un bus de Sabana-Cementerio que yo. (Risas)
Con el pretexto de ir al baño elegimos a la siguiente entrevistada. Se llama Norma, viene desde Villa Hermosa, Alajuela. Es una mujer de esas que llama Ricardo Arjona de «cuatro décadas», pero no ha perdido la hermosura, tiene ojos color miel y lleva su negro cabello atado por una colita azul que le hace juego con el vestido.
-¿Oiga niña, es la primera vez que asiste a este baile?
-No. He venido a los últimos cuatro, pero con igual resultado. Sólo pude bailar en un par de ocasiones, la primera con un mexicano que iba de paso y se hospedó en este hotel...
-¿Y la segunda?
-Ayyy, viera qué chile. Me gustó. Era un muchacho de unos treinta y cinco, me dijo que era ingeniero y era verdad; pero resultó que estaba desempleado y de feria resultó hasta casado. Por suerte me enteré a tiempo.
-¿Cómo hizo para saber eso?
-Ahhh, es que a las mujeres no se nos va nada. Tarde o temprano nos llegamos a enterar. Este país es muy pequeño y siempre aparece alguien que conoce al fulano. Me llevé una desinflada. ¡Viera usted!
Entre los asistentes hay de todo: gorditos, bien panzones, otros medio llantuditos; pero todos sonrientes y festivos; otros flacos como espinas; o bien altos y sobran los bailarines.
La siguiente es una jovencita de talle fino, cabello castaño, muy lacio, labios carnosos, bien pintados y ojos grises de mirada inquieta. Se llama Rosaura y nos confiesa que se graduó recientemente de abogada, pero aún no ha logrado colocarse.
-Rosaura, usted como abogada está con todas las de la ley. (Risas)
La joven acepta el piropo. Su expresión se suavisa y agrega más detalles: es soltera y tiene 28 años. En su vida hubo dos novios, pero el último -el que más quiso- la dejó plantada a las puertas del altar.
-Mmm ¡qué pena! Y una muchacha tan bonita. ¿Y vino aquí para encontrar el hombre ideal, me imagino?
-Viera que no. Lo que pasa es que me siento muy sola. Me gustaría hacer amigos, aprender y compartir; pero aún me siento herida, no estoy preparada para una relación.

Chiringa-chinga

A las 9:10 p.m. se empezó a escuchar a los músicos de la Siguaray mientras comprobaban los instrumentos y José Manuel Masís «Mongo-Mongo», el maestro de ceremonias, dio por iniciado el baile.
«Señores, señoras y señoritas, nuestro graaaaann Club Internacional de Solteros, viudos y divorciados de Costa Rica los saludan, tengan ustedes muy bueeeenas noches...
De inmediato la orquesta Siguaray empieza con el merengue «Cintura de fuego». Decenas de caballeros se levantan, como impulsados por un resorte, y la pista se llena de parejas de viejos y jóvenes, altos y bajitos, calvitos y pelilargos...
Nos volvermos a Eustace, el amigo que nos sirve de fotógrafo encubierto y le preguntamos: ¿y qué pasa si no bailo?
-Mirá nada. Pero aquí lo mejor es bailar. A veces las mujeres lo llegan a sacar a uno y aunque no sepa hay que echar pa lante. Una vez llegó una dama a sacarme, se vino desde la otra esquina. Ella puso el ojo y colocó bien la bala. La acompañé luego parte de la noche... y otros días.
-¡Caray! Entonces te fue bien. -indicamos, mientras golpeábamos un cigarrillo.
A Jeannette la conocimos esa noche. Tiene 28 años y dice ser economista. Tiene una sonrisa alegre. Esa noche llegó con pantalones oscuros, una blusa de seda y encima una sweter de cuello en V.
Dice que es la segunda vez que asiste a este baile. Le gusta el ambiente. «Asisto a esta actividad porque me gusta conocer personas y hacer amigos. Soy muy amistosa», nos dice y agrega:
«Mire, he sabido de gente que se ha conocido en estos bailes, y luego se han casado. Otros vienen aquí religiosamente todos los meses, también hay quienes siguen al grupo musical o de casualidad están hospedados en el hotel».

¡Tirémonos a pista!

La Siguaray ahora interpreta «Sabor a mi», un bolero del tiempo de cuando las culebras andaban paradas, luego siguen con «De amor» y «El Rinconcito», dos temas que la mexicana Sonia López dio a conocer allá por 1960, hace ya su rato.
Miro la pista y a un lado veo pasar y repasar en un movimiento frenético, casi circular como las aspas de un molino, a la chica de vestido de leopardo quien a lo lejos nos dirige una mirada despectiva, como diciendo: «lo que usted no quiso otro si. ¡Salado!».
Y el conjunto continúa tocando, ahora el merngue «Tu sonrisa», popularizado por Elvis Crespo. Allá, en un rincón atisbamos desde hace rato a una joven bien bonita, ojos claros y lleva el cabello dispuesto en colochitos. La chica no deja de tomar cerveza, primero una, luego otra y otra. Se pega a la botella como un niño a un helado.
Al principio nadie la invita a bailar ni se le arrima. Por fin un caballero, alto y musculoso llega a sacar a la solitaria y es entonces que la chica muestra todo su esplendor. «¡Qué cuerpazo! Hacen buena pareja esos dos», pensamos.
La última entrevistada de esa noche es una muchacha delgadita, pero bien surtida y apretadita, de esas que tienen de todo como las pulperías de mi pueblo.
Pero al igual que la muchacha de la botella, a esta nadie la invitaba a bailar. Marta, tal es su nombre, vive en Tibás y nos resultó nutricionista. Sonreímos y el oficio de Marta nos dio pie para la siguiente yeguada:
-Como nutricionista es usted una joven muy bien nutrida ¿verdad?
La chica nos miró con la fijeza de esas imágenes congeladas de la televisión; su mirada salía de detrás de unos anteojos de lente grueso, de seguro no atinaba si  reir o quedarse seria; luego sonrió con dulzura.
Después nos diría que vive con sus padres, que tiene 32 años y que al último novio ella misma lo «fumigó», después de darse cuenta que no lo quería.
-¿Así de dura es usted princesa?
-Idiay. Era peor tenerlo engañado.
Algo había en esa chica miope que nos gustó. ¿El pelo? ¿Los dientes pequeñitos y separados? ¿La risa traviesa? La verdad no sabemos; pero lo cierto es que, dejando la libreta a un lado, de repente nos vimos ahí, en media pista, brincando como cabras al ritmo de la cumbia «El Garrote», de los Huracanados de Argentina y luego, del reprisse del merengue «Cintura de fuego»...
Una hora después la Siguaray y su cantante Javier Arce interpretaron «Te veo venir soledad», una balada que lanzó una vez más al elegante señor de esta historia al centro de la pista y de la mano de la radiante nutricionista.
¡Ahhh, viera usted qué lindo que estuvo aquello! Fue un final como dice Mario Giacomelli ¡DE PELÍCULA! ¡Igualito que volver a los 17! (FIN)



NOTA: A mis queridos -y fieles- lectores, por ahora, les quedo debiendo las fotos; pero les prometo que apenas contacte a Eustece, quien las tomó, yo se las muestro, así como nos salieron. Gracias!

10 de octubre de 2006

Sonría

Luis Fernando Mata

Un día venía caminando por la acera sur del Banco de Costa Rica, mejor conocido en San José como el Banco «Negro», cuando en eso me topé con una muchacha que me dirigió una bella sonrisa.

A la fecha de hoy, quizá veinte años después, no recuerdo cómo era esa muchacha, si era bonita o fea, alta o chaparra, gorda o flaca, negra o blanca; pero lo que me quedó muy claro fue el efecto transformador de esa espléndida sonrisa.

Después de que recibí esa brevísima descarga de afecto, tuve plena conciencia de lo tensa que llevaba mi cara: el ceño totalmente fruncido, remarcadas las líneas de expresión; los dientes apretados; las cejas arqueadas y los ojos llameantes con expresión dura, como si tuviera delante a un enemigo.

A partir de ese día me di a la tarea de destensar al máximo mi cara y suavisar la expresión, mientras observo a la gente en las aceras, en los asientos de los buses o sentada en las bancas de los parques, quizá instintivamente buscando en algún sitio a la joven de la sonrisa reconfortante.

¿Pero qué fue lo que encontré? Gente de expresión fría, agria, rostros que de tanto hacer mala cara se quedaron así, como la tinaja, después de que el alfarero la saca del horno y la enfría.

¿Ha visto usted esos limones agrios que se quedan en la refri por mucho tiempo? Al sacarlos no sirven ni para fresco, porque están completamente deshidratados, la cáscara dura y arrugada en extremo. Así lucen nuestras caras cuando no hacemos ni el menor esfuerzo por sonreír.

Y fue precisamente en los años ochentas que alguien, ignoro quién, acuñó en nuestro país el verbo ENJACHAR, para definir ese estado del rostro, en el que se refleja al máximo todo el odio, la frustración y hasta la maldad de un corazón maltratado por la vida.

¿Por qué la sonrisa de esa joven me impactó tanto? Sencillo: porque era quizá la única, en medio de un mar de caras agrias, preocupadas, tensas y amenazantes.

No hay que ser un experto en comunicación, para saber que hay caras con una expresión tan terrible que, sin pronunciar palabra, son una declaración de guerra.

Sé de personas, no sólo que gustan de «enjachar», sino que como no pueden ladrar a todo el que pasa, se compran un perro para que lo haga.

Y es que no se trata de andar, de aquí para allá, pelándole los dientes a todo el mundo con sonrisas fingidas. No. Se trata de por lo menos preocuparnos por NO ENJACHAR a todo aquel que se nos cruza por el camino, como si tuviera la culpa de nuestras frustraciones.

Siempre he pensado que un rostro inundado de paz y amor es aquel que ha sido regado muchas veces con lágrimas. No siempre el que sonríe es porque le va bien en todo, al contrario, una persona fuera de lo común es aquella que tiene el coraje de sonreír, aún cuando todo se haya derrumbado en su vida.

La sonrisa, gracias a Dios, no es un monopolio de los rostros hermosos. Yo recuerdo un famoso anuncio de la Coca Cola, donde aparece una viejita con un sólo diente, pero tan sonriente que parece irradiar luz.

Desde hace varios días el Canal 7 ha lanzado una reconfortante campaña, precisamente en el sentido de ver lo hermoso de la vida, se llama «Volvamos a construir esperanzas».

Siempre que miro ese corto de televisión tan bellísimo, espero con ansia el momento en que aparecen todas esas personas sonriendo, especialmente la muchacha que está pintando, y que tiene una sonrisa idéntica a la que me cambió la mentalidad, hace veinte años.

Cada vez me convenzo más de que el mandamiento número trece debería ser, algo así como «¡NO ENJACHARAS!».

3 de octubre de 2006

Papá olvida

Escucha, hijo: voy a decir esto mientras duermes, una manecita metida bajo la mejilla y los rubios rizos pegados a tu frente humedecida. He entrado solo en tu cuarto. Hace unos minutos, mientras leía mi diario en la biblioteca, sentí una ola de remordimiento que me ahogaba. Culpable, vine junto a tu cama.

Esto es lo que pensaba, hijo: me enojé contigo. Te regañé cuando te vestías para ir a la escuela, porque apenas te mojaste la cara con una toalla. Te regañé porque no te limpiaste los zapatos. Te grité porque dejaste caer algo al suelo.

Durante el desayuno te regañé también. Volcaste las cosas. Tragaste la comida sin cuidado. Pusiste los codos sobre la mesa. untaste demasiado el pan con mantequilla. Y cuando te ibas a jugar y yo salía a tomar el bus, te volviste y me saludaste con la mano y dijiste: «¡Adiós, papito!, y yo fruncí el ceño y te respondí: «¡Ten erguidos esos hombros!»

Al caer la tarde todo empezó de nuevo. Al acercarme a casa te vi, de rodillas, jugando en la calle. Tenías agujeros en las medias. Te humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mi. Las medias son caras, y si tuvieras que comprarlas tú, serías más cuidadoso. Pensar, hijo que un padre diga eso.

¿Recuerdas, más tarde, cuando yo leía en la biblioteca y entraste tímidamente, con una mirada de perseguido? Cuando levanté la vista del diario, impaciente por la interrupción, titubeaste en la puerta. «¿Qué quieres ahora?, te dije bruscamente.

Nada respondiste, pero te lanzaste en tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello y me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que Dios había hecho florecer en tu corazón y que ni aún el descuido ajeno puede agostar. Y luego te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la escalera.

Bien, hijo; poco después fue cuando se me cayó el diario de las manos y entró en mí un terrible temor. ¿Qué estaba haciendo de mi la costumbre? La costumbre de encontrar defectos, de reprender; esta era mi recompensa a ti por ser un niño. No era que yo no te amara; era que esperaba demasiado de ti. Te medía según la vara de mis años maduros.

Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter. Ese corazoncito tuyo es grande como el sol que nace entre las colinas. Así lo demostraste con tu espontáneo impulso de correr a besarme. Nada más que eso importa esta noche, hijo. He llegado hasta tu camita en la oscuridad y me he arrodillado, lleno de vergüenza.

Es una pobre expiación; sé que no comprenderías estas cosas si te las dijera cuando estás despierto. Pero mañana seré un verdadero papito. Seré tu compañero, y sufriré cuando sufras, y reiré cuando rías. Me morderé la lengua cuando esté por pronunciar palabras impacientes. No haré más que decirme, como si fuera un ritual: «No es más que un niño, un niño pequeñito.»

Temo haberte imaginado hombre. Pero al verte ahora, hijo, acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé todavía. Ayer estabas en los brazos de tu madre, con la cabeza en su hombro. He pedido demasiado, demasiado. Livingston Larned.

Para ti...Jurgen

¿No se ha fijado usted? Algo ocurre en nosotros los ticos, a la media tarde, que nos hace buscar como desesperados un sitio para irnos a sentar delante de un buen café.

Una tarde de estas, calurosa y húmeda, con amenaza de lluvia, elegí el rincón más alejado de una soda, de las más tradicionales, allá por los alrededores del hospital San Juan de Dios y la Coca Cola.

El humeante café estaba servido y mientras rompía las bolsitas del azúcar, observé con el rabo del ojo a un niño, de quizá ocho años que entró sosteniendo en sus pequeñas manos un puñado de lápices.

De inmediato escuché dentro de mi una voz (¿la habrá oído también usted?) que me dijo: «¡QUE TIRADA, YA NO PODES VOS NI SENTARTE TRANQUILO A TOMAR UN CAFE CUANDO APARECEN ESOS CARAJILLOS VENDIENDO COSAS!»

En eso el salonero me trajo un sabroso sandwich o «sanguche», como decimos aquí, y con todo y café me metí en una especie de vaporosa y cerrada burbuja, a lidiar con mis pensamientos.

Instantes después escuché un ruido a mis espaldas, una especie de forcejeo que atrajo mi atención: un señor le había dado dinero al niño, pero no aceptaba de éste el lápiz de colores, alegando que no lo necesitaba.

Fue entonces que observé la actitud digna del pequeño, que daba a entender con sus gestos que no buscaba que le regalaran plata, sino vender las escasas unidades de su producto.

En fracciones de segundo tenía a ese niño al frente, con su mirada tímida saliendo de debajo de una gorra azul, y volví a escuchar esa voz inconfundible que usted también escucha (¡ahhh, mmm, y no me diga que no!), retándome: «¡QUE JODEDERA LA DE ESE CARAJILLO, ANDA DECILE QUE SE VAYA AL CARAJO!».

Miré ese rostro pálido, los bracitos como hilos y esa mirada de una ternura sin límites, y sentí que el corazón se me deshizo como si fuera de mantequilla. Internamente respondí a esa voz interna -que Ud. escucha y conoce bien... (y hasta le hace caso)- con un «¡CALLATE YA!».

Busqué maquinalmente la moneda de cien, se la entregué al pequeño y acepté de buena gana el lápiz con la sonriente imagen multicolor de creo, Bob Esponja. El trato estaba saldado y el chico se alejó, ofreciendo de mesa en mesa, insistiendo, como buen vendedor.

«Oye vení acá ¿me podrías acompañar?», le dije y el niño con curiosidad aceptó.

-Me llamo Jurgen. Señor, yo le agradezco, pero ¿usted me dejaría compartir eso con mi hermanita que está allá afuera?
-Claro Jurgen, vaya y la llama.

El niño fue, pero la niña quizá andaba por otro lado, ofreciendo lápices y de regreso, mientras se acomodaba, decía, como para si «yo creo que a ella no le gustan los sanguches, seguro por las salsas».

Jurgen vive allá a muchos kilómetros al este, por Cartago, en «El Proyecto», un lugar lleno de historias, del que me habla como si también a mi me fuera familiar.

Lo de la venta de los lápices lo realiza después de ir a la escuela. El y su hermanita se vienen muy temprano, adquieren la «mercadería» por ahí, a un precio de seguro bajísimo, como para tener alguna ganancia vendiéndola a cien.

Mientras se tomaba el refresco, Jurgen se levantó un poquito más esa gorra, detrás de la que oculta sus ojos color miel y mirándome fijamente preguntó con inocencia: ¿Verdad señor, que usted es un siervo de Dios?

Un nudo en la garganta me apretujó el último pedazo del sanguche... se me nubló la vista... y ensayé una respuesta a como pude: «Si... Jurgen, yo soy un... siervo de Dios, pero no soy yo el que lo estoy bendiciendo a usted, al contrario, es usted el que me bendice a mi».

Si usted que lee esta nota está disfrutando de un buen plato, y en eso llega un niño a ofrecerle lápices de esos coloridos, le suplico no le haga caso a esa voz de la que le hablé, y a la que parece no gustarle los niños, ni los lápices de Bob Esponja.

Y si ese niño de casualidad tiene una gorra azul y se llama Jurgen, el que vive allá arriba, en «El Proyecto», dígale que una tarde de estas le estaré esperando en el mismo lugar, para que Dios me bendiga de nuevo con su compañía. Luis Fernando Mata.