La soledad no es un juego de niños, es algo tan terrible que la gente comete grandes errores tratando de evitarla.
La soledad nos lleva a perder el discernimiento: dejamos de distinguir entre una buena y una mala compañía.
Buscamos estar acompañados y punto.
Por soledad las mujeres buenas se aguantan a los hombres malos.
Por soledad hombres amables y pacientes pasan sus vidas soportando lo insoportable de sus esposas, sin siquiera intentar corregir la situación.
Por soledad esperamos durante horas al amigo desconsiderado.
Por soledad vamos donde nunca debimos ir, entramos donde jamás debimos entrar y hacemos lo que nunca haríamos... de estar bien acompañados.
Por soledad te compras un teléfono, para facilitar que te llamen aquellos que no se interesan en llamarte.
Por soledad llamas al teléfono de quien no quiere atenderte, o de quien te habla a regañadientes, por compromiso.
Por soledad muchos han matado o han sido muertos.
Por soledad otros se han refugiado en los vicios o en costumbres y prácticas degradantes.
Por soledad la novia atiende a ese novio, que no le conviene y con el que nunca se va a casar.
Por soledad ese novio la busca a ella y ella lo recibe... por soledad.
Por soledad te casas o te juntas con quien, además de que no te ama, te va a maltratar y arruinar.
Por soledad otros han encontrado, por fin, alguna compañía en un hospital o el cementerio.
Hay soledad en la carne, hay soledad en el alma y hay soledad en el espíritu.
La soledad en la carne sólo se sacia a partir de temas y actos carnales, como el comer y beber en forma desmedida.
Para el solitario carnal la soledad ha creado un mercado de compra y venta de compañías. Es como echar dinero a un carrusel, o tan divertido -en apariencia- como montar en los carros chocones.
Vuelves a reír, galanteas, te jactas, preguntas lo que quieres y tu compañía está ahí, para servirte; pero una vez que el dinero se acaba, la soledad regresa y la compañía se va... tras otro cliente.
Por soledad aceptamos hasta esas malas compañías.
El solitario en el alma necesita de otros a su alrededor, hablando y compartiendo sobre distintos temas, tan cotidianos como la política, el fútbol o la situación económica.
La soledad en el espíritu nace el día en que la carne dejó de consolarte con sus emociones placenteras y sentimentalismo; y el vacío de la soledad tampoco lo llenan las vanas pláticas y experiencias de la vida diaria.
La peor de las soledades es la que nos lleva a sentirnos solos, aún en medio de quienes amamos y apreciamos. Esta es la soledad de Dios.
Al solitario espiritual sólo es posible consolarlo con la bendita Palabra de Dios, de lo contrario se sentirá oprimido por una terrible soledad aún rodeado de sus seres más queridos.
Pocos miran a la soledad como una llamada de atención de Dios, quien desea que lo busquemos a El, en primer lugar, como el amigo fiel, como el amigo ideal.
El estado natural del ser humano debería de ser de gozo y paz, aún en medio de la prueba; pero su falta de fe le abre la puerta al temor y a la soledad.
La soledad, la impaciencia y la desesperación nos obligan a tocar puertas que nunca deberíamos tocar.
La soledad es una consecuencia del egoísmo, porque, por andar pensando en nuestra necesidad de compañía, olvidamos acompañar y consolar a otros, que están más solos y necesitados que nosotros.
Si piensas en lo lindo que sería que alguien te busque, sinceramente, no por soledad sino por amor... ese alguien existe, ese alguien es Jesucristo, nuestro Dios.
Ante el menor asomo de soledad busca del Señor, sumérgete en las benditas aguas de vida que salen de su trono y comprobarás, con sorpresa, como la soledad desaparece, porque muchos sedientos buscarán de ti.
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