30 de junio de 2010

PERDONE, PERO NO SOPORTO...!!



Por:  Luis Fernando Mata
“¡Juntennn esta cochinadaaaa!” gritó Tranquilino Cocoduro al momento de lanzarse desde la azotea del edificio en donde trabajamos. Al darse la voz de alerta, todos corrimos escaleras abajo, con la esperanza de asegurar un sitio preferencial entre los curiosos. Por su parte, las secretarias no paraban de aullar histéricas y los jefes, trataban en vano de restablecer la calma en sus oficinas.

A tranquilino, o más bien, a lo que quedó de él, lo encontramos tirado en media calle, rodeado de asombrados transeúntes. Una señora yacía desmayada en la acera por la impresión que se llevó.

Alguien, voluntariamente, se hizo cargo de desviar el tránsito y sólo se permitió el paso a un periodista de la televisión, a quien escuché decir en voz baja al camarógrafo: “mae, enfoque bien al occiso desde este ángulo, para que se le vea bien la cara de tortilla. No te olvidés del charco de sangre, de los sesos y de aquella oreja que está a la par del caño”.


Pancracio, un compañero de nuestra oficina, se acercó lo más que pudo al cadáver, en tanto le rogaba al camarógrafo “enfocame a mi también, para que me vea mi abuelita allá en Coyolillo de Chirraca”.

En eso llegaron los investigadores con sus lupas y libretas. Una docena de hombretones despejaron la zona y uno de ellos, con cara de limón agrio, me volvió a ver como si hubiera sido yo quien empujara a Tranquilino. Luego, de un empellón me corrió mientras gritaba: “aquí no venga a estorbar roquito, si no quiere que me lo cargue”.

Luego, mientras recolectaban indicios y metían a nuestro compañero en una bolsa plástica, vendrían los comentarios, las conjeturas que todos nos hacíamos en la oficina; pero, tratándose de alguien como Tranquilino, era muy difícil adivinar las causas que lo obligaron a tomar tan fatal decisión.

Porque Tranquilino, como su nombre lo dice, era un ser pacífico, menudito, responsable en extremo y sobre todo, muy servicial; tenía un amor profundo por todo lo que sonara a rectitud, apego a la ley y sobre todo, a los derechos del prójimo. Desde hacía treinta y cinco años era nuestro compañero de trabajo y aparte de eso, lo único que recordábamos es que vivía solo, allá por Corralillo de Tucurrique.

Ese mismo día, los investigadores cayeron como nube de zancudos en nuestra oficina: revisaron desde el escritorio de Tranquilino, su vieja máquina de escribir Remington, hasta el termito que usaba para traer el almuerzo.

Después que se marcharon, don Severo, nuestro jefe, me ordenó que me trasladara al escritorio de roble del infortunado, para que el mío, bastante comido por el comején, lo llevaran a reparar.

Segunda Parte...

Mientras me acomodaba en el antiguo rincón de Tranquilino observé con sorpresa varias hojas de cuaderno, cuidadosamente dobladas en el fondo de una de las gavetas.

Al ver la escritura el corazón me dio un vuelco: era la letra del fallecido. Salí corriendo con la carta hasta donde nuestro jefe, quien, a petición de todos, dio lectura al escrito que decía lo siguiente:

“Yo, Tranquilino Cocoduro, mayor, soltero, a manera de despedida de todos aquellos con quienes compartí en la oficina, me permito manifestar lo siguiente: decidí terminar con una vida llena de situaciones que, como verán...PERDONEN, PERO NO LAS SOPORTO.

NO SOPORTO a todos esos compañeros de la oficina que le dicen a todo “no se puede”, “no se”, “no tengo” y “no hay”. Para esos minusválidos de la acción, que ven todo como imposible nada les será posible... salvo el ir a cambiar el cheque del sueldo.

NO SOPORTO a la gente maleducada, que se mete a los ascensores, sin esperar a que salgan los que están dentro.

NO SOPORTO a los compañeros que ya a las 9 de la mañana deambulan por los pasillos con un percolador en la mano y a esos mismos, que faltando diez minutos para la salida, ya están haciendo fila ante el reloj marcador.

NO SOPORTO a los que estornudan una vez y, de inmediato, salen corriendo al Seguro para que los incapaciten.

NO SOPORTO a los que se “cuelan” en las filas de los buses, ante la mirada tolerante de todos.

NO SOPORTO. A los que te piden “un cigarrito, luego un fosforito y termino prestándoles el zapato para que apaguen la chinga en el suelo.

NO SOPORTO a esas mujeres, compañeras, que planean un té, piden de requisito un plato de bocas y una vez iniciada la fiesta, se quedan mirando con tristeza la comida, alegando que no pueden comer por estar a dieta.

NO SOPORTO a quienes hablan de ir a un “pijama party”, en vez de admitir que lo que quieren es irse a dormir a la vecindad. O a los que hablan de “baby shower”, en vez de “un té de canastilla”.

NO SOPORTO a quienes se regocijan o entristecen con esa tonta aritmética del fútbol “ganamos 3 a 1” o “perdimos 1 a 0” “y ahora qué haremos, no podremos ir al Mundial”.

NO SOPORTO a quienes yo para ayudarlos les decía “mirá, tomá estos mil pesos” y ellos con toda frescura respondían: “no jodás, echámelos a la bolsa”.
NO SOPORTO esas raras contradicciones de la vida: al ejecutivo muy orondo que camina por las aceras, vistiendo un calientísimo traje entero, luego llega a la oficina, se quita el saco y, de seguido, conecta el aire acondicionado. Es decir, se desviste con el frío y se cobija bien cuando hay sol...

“Hasta aquí voy a leerles la carta de Tranquilino”, nos dijo don Severo, “porque es tan larga que pasaríamos en eso el resto del día y hay que seguir trabajando”.
-Jefe, parece que todos le caíamos mal a Tranquilino, dijo Pancracio, el encargado de limpieza.
-Puta, mandagüevo, no aguantaba ni que habláramos de fútbol. –apuntó Hipólito, el subjefe-.
-Hay, tan hipocritón Tranquilino. Si nos hubiera hablado con franqueza se habría desahogado y no habría terminado así. –agregó Vinita, nuestra secretaria-
Don Severo, que escuchaba a todos muy atento, se puso de pie y nos dijo:
-Miren, aunque tiene mucho de cierto esa carta, en esta vida debemos de soportarnos unos a otros con paciencia. ¿A dónde iríamos a parar si todos hiciéramos lo mismo que Tranquilino?
Yo, por mi parte, me quedé callado, como dice Tranquilino que hace la gente en la fila de los buses, para no quedar mal con nadie; pero desde entonces no puedo subir a un lugar muy alto de nuestro edificio sin que se me venga a la cabeza algún detalle de aquella carta y...de repente...siento unas ganas tremendas de arrojarme al vacío...

2 comentarios:

Karla Delgado dijo...

Muy bueno, profe!

Anónimo dijo...

No soporto los silencios malintencionados. No soporto a las personas que opinan sobre tu vida sin hacer nada con la suya. No soporto a quien habla demasiado y escucha muy poco. No soporto a quienes presumen de ser muy buenos en lo que hacen y no admiten ni una critica ni un error. No soporto a las personas que no confiesan cuando no entienden algo y siguen en su ignorancia. No soporto a quien justifica una mala acción para evitar otra. No soporto a quien maltrata para luego pedir perdón. No soporto al que tiene poder para cambiar las cosas y no lo hace. No soporto a la persona que te da la mano de frente y te “acaba” a tus espaldas. No soporto a los que utilizan a otros para obtener beneficio propio. No soporto ver sufrir a las personas que no se pueden defender. No soporto cuando no hago algo para cambiar aquello que…no soporto.

Una colega desde España ;) porlaboca@gmail.com