4 de agosto de 2011

LADY Y LOS INCREÍBLES JAPONESES

Por Luis Fernando Mata

Nota:  Esta es la continuación de la historia anterior que lleva el nombre de "Lady en la Casa del Sol Naciente", una entrevista a una bailarina colombiana de night club radicada en Costa Rica.

En Nagoya, tercera ciudad en importancia del Japón existe una calle llamada Naiabashi y allí, amparada a las sombras de la noche, habíamos dejado a nuestra entrevistada... Lady.
Recordemos que esta joven actualmente trabaja en Costa Rica, en el Night Club -----, pero tiempo atrás había vivido toda una aventura en el Japón.
Buscando una mejor vida, Lady fue llevada con engaños a Tokío y de allí a Nagoya, donde debería sostenerse a como pudiera...


La calle Naiabashi es controlada por los yacusas o miembros de la mafia japonesa que, con el pretexto de «venderles» seguridad a las mujeres, les cobraban un porcentaje de lo ganado en distintos tipos de negocio. Entre ellos el sexual.
«Allá los yacusas nos cuidaban, nos tenían al tanto del momento en que venía la policía o la migración y luego, al final, teníamos que pagar a ellos todas las noches por esa protección», explica la joven.
Lady tiene la piel muy blanca, tanto como si casi nunca recibiera sol. En su brazo derecho luce un extraño tatuaje en foma de espinos o alambre de púa, especie de huella que dejó en aquel cuerpo blanco un artista japonés.
Acomodamos la libreta antes de la siguiente pregunta:
-¿Y cuánto cobraban los yacusas?
-Alrededor de 4.000 yenes, es decir, unos 50 dólares por cada noche.
-¿Y alguna vez les echaron el guante?
-Muchas veces dieron la voz de alerta y teníamos que correr. Nos metíamos debajo de los carros o hasta en estañones de basura.
-¿La detuvieron alguna vez?
-Si. Llevaba un mes cuando la migración me detuvo. Pero como allá dan la visa por tres meses me volvieron a soltar, porque aún me quedaban ahí dos meses de permiso.
-¿Recuerdas a tu primer cliente japonés?
-Sí. (Dice calladamente Lady, mientras que las lágrimas humedecen sus mejillas). Era un japonés como cualquier otro, pero él notó que yo no sabía hablar y que lo que le decía lo estaba leyendo de un papel. Fue buena gente conmigo y pagó bien.
-Y mientras, qué ocurrió con la prima que te llevó al Japón con la promesa de que trabajarías en la casa de ella.
-Todo lo que ganaba ella me lo quitaba, a veces no me quedaba ni para comer, entonces mis amigas colombianas me ayudaban en eso.
-¿Dónde vivía usted allá?
-En Canayama, barrio de Nagoya, en un departamento con cinco muchachas más de las que trabajábamos en esa calle. Son muy pequeñitos, pero ahí había que vivir así.
-¿Usted quería continuar con esa vida?
-No. Yo a diario deseaba que pasaran los tres primeros meses rápido para entregarme a Migración. Lo que ocurre es que en Japón hay un misterio, algo raro. Nos dice la tradición que allá está el que esté bajo la protección del dios de ellos, que es Buda. Y nadie más es quien decide.
-Y ¿qué pasó el día en que llegó Migración?
Lady hace una pausa. Nos pide un vaso con agua y, después de sorber algunos tragos expresa:
-Pasaron los tres meses y mis documentos expiraron. Un día llegaron los de Migración y me dije: ya está, ahora me dejo detener y me envían a Colombia. Todas salieron corriendo, yo me quedé tranquila a mitad de una acera. Ellos me vieron ahí y no me dijeron nada. Se fueron detrás de las otras. Yo estaba perpleja al ver cómo las agarraban y las metían dentro del carro. Me acerqué y dije, pero ¿y yo?
Lady se pone de pie mientras espera a que terminemos los últimos párrafos, se acerca a un espejo y saca de su cartera un lapiz de labios, primero reafirma algunos trazos con un delineador cerca de sus carnosos labios, después aplica un poco de ese rojo encendido que le va bien de acuerdo al tono de su pelo.
-Un oficial japonés se me quedó mirando fíjamente, luego me dijo ¡suba! y subí rápidamente a un camión de color verde muzgo, pero a ellas las llevaban esposadas y a mi no. Una vez en Migración, a todas nos trasladaron a un cuarto, nos pidieron el pasaporte y la identificación. Yo los mostré y a mi no me dijeron nada, me dejaron ahí, tranquila, aunque ya mis papeles estaban vencidos. A todas se las llevaron quien sabe a dónde y yo me quedé ahí, asustada y preguntándome «¿por qué?».
Después me dijeron: se puede ir para su casa y yo, que ya sabía hablar un poco de japonés sentí rabia y les insulté «¡baquerros!, ¡baquerros! (malparidos). Yo que me quería ir y no me enviaban y a las otras, que deseaban quedarse, se las llevaron ¿a dónde? imagino que a una celda, nunca lo supe.
-¿Pero algunas eran sus compañeras de habitación?
-Así era, pero nunca más llegaron al departamento, ni esa noche ni las siguientes. No volvieron y dejaron ahí sus pertenencias: ropa, perfumes y hasta electrodomésticos. Yo me fui triste, llorando, salí de ahí y me fui a caminar y caminar... hasta que... de repente...


Escuchó una voz que le decía: «¡Ey! ¡Ey! ¡Oiga! ¿Qué le pasa?». Era un joven japonés que detuvo su auto, se bajó y la miraba, deterás de unos gruesos anteojos.
-¿Qué le pasa? -preguntó de nuevo en buen español. Y ella, después de taparse el rostro y llorar por largo rato, se sentó con él en un parquecito aledaño y le contó su historia.
Al terminar él la miraba con aire compasivo y con suave sonrisa le indicó. «Bueno, mire, no se preocupe, le voy a contar yo a usted otra historia: sucede que si el Dios Buda no quiere que usted se vaya para Colombia, él quiere que usted trabaje y tenga mucho dinero...
Luego la llevó a cenar, después recorrieron las calles de Nagoya en el automóvil del japonés quien terminó invitándola a su casa.
«Después que le conté toda mi vida él siguió yendo ahí, donde yo esperaba a mis clientes y terminó siendo uno de ellos. Con el tiempo me di cuenta de que era un ingeniero en computadoras, un hombre muy importante. Seguí trabajando en la calle hasta completar cinco meses. Nos hicimos, primero amigos y después terminamos de novios. Un día me dijo que me iba a sacar de trabajar en eso y que él me daría lo que necesitaba. Le hice caso y me salí de trabajar. Para entonces yo había terminado de pagarle a la manilla.
-¿Por qué le pagaste?
-Por tonta, porque bien pude negarme a hacerlo. Pero tenía un miedo tremendo a sus amenazas.
¿Y qué pasó luego?
-El me alquiló un departamento muy bonito, yo me llevé a vivir ahí a una amiga que quería mucho. «Con el fin de que no gastara tanta plata pagándole a las manillas».
Al principio fueron muy felices, se llevaban muy bien, pero Lady se aburría mucho sin trabajar, estando ahí en esa suntuosa casa, sin hacer nada, ni siquiera barrer, porque el ingeniero había contratado tres empleadas, dos para la limpieza y una para cocinar... ¿qué hará entonces? ¿Regresará a Colombia? (Continuará...)

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