7 de agosto de 2011

INFIERNO Y CIELO DEL PERIODISMO

El reciente cierre del News of the World, en Gran Bretaña, evidencia todas las atrocidades que desde el peor periodismo pueden tener lugar.



Ilustración: Luis M. Morales
La historia del periodismo conoce lo mismo episodios luminosos que otros bochornosos e infames. Así como puede ser el mejor oficio del mundo, tal y como lo ha definido García Márquez, también puede ser uno de los más denigrantes.


En su vertiente repulsiva —de la que tenemos que hablar los propios periodistas, y no para curarnos en salud, sino como ejercicio autocrítico de cara a la sociedad— nunca terminaremos de sorprendernos: ha habido toda clase de trapacerías e inmundicias en nombre de “la búsqueda de información”, “la verdad”, y, faltaba más, “la libertad de expresión”.
Sabíamos de reporteros que durante años inventaron (literalmente) sus historias. Uno de los más sonados y recientes fue el caso de Jayson Blair, reportero de The New York Times, cuyo caso tuvo que ser reconocido por este medio como “un punto bajo en los 152 años de historia del periódico”. ¿Punto bajo? Vaya eufemismo para definir la labor de este personaje que preparaba alucinantes reportajes sobre temas y situaciones que resultaron ser puras patrañas.
En los años que trabajó para el diario, Blair escribió unos 600 artículos.
Entre sus historias más famosas se encuentra su descripción del dolor de dos soldados heridos en la Guerra de Iraq en un hospital militar. Uno, según escribió, le dijo: “Es difícil sentir lástima por ti mismo cuando hay tanta gente que ha sido herida o muerta”. La frase gustó tanto a sus editores que se convirtió en la “frase del día”. Más tarde se supo que el soldado no fue entrevistado en el hospital, sino más tarde y por teléfono, y que la mayor parte de las cosas que consignó Blair no las dijo nunca.
Cuando se descubrió que sus historias eran ficticias el tipo fue despedido ipso facto, pero le sobrevivieron sin duda otros colegas, más listos, que descubrieron a tiempo que el error de Blair fue poner demasiada invención en sus notas, cuando lo conveniente y óptimo es buscar una dosificación adecuada entre la verdad y la mentira a fin de que la famosa credibilidad se sustente. Sobre todo si esto es solicitado por el propio gobierno, por ejemplo, invocando el Acta Patriótica que propició mucha censura y autocensura, lo que a la larga minó en buena media la confianza de los ciudadanos en medios como The New York Times, más allá de casos como el de Blair.
De otra parte, todos los días en los medios de comunicación seguimos viendo ejemplos de aquello que fue cierto el lunes, pero que el martes ya no lo era tanto y que, por fin, el viernes se declaró falso. Y es tal nuestra desmemoria que se cumple, del modo más siniestro, aquella máxima de la bajeza que dice “calumnia, que algo queda”. ¿Y cómo no va a quedar algo, de cualquier mentira, si es presentada en las primeras planas o en los horarios estelares de los medios electrónicos, mientras que las aclaraciones correspondientes, cuando las hay, ocupan espacios secundarios y mínimos?
Pero la última noticia en la materia se la ha dado al mundo un periódico cuyo cabezal sugería que se dedicaba a informar de los acontecimientos mundiales, aunque en realidad sus notas eras siempre de índole íntima y morbosa: News of the World.
El último ejemplar de este diario apareció el pasado 10 de julio, luego del escándalo que ha protagonizado al revelarse que sus “noticias” provenían directamente del espionaje telefónico y otras prácticas no menos condenables.
Uno de los casos que mejor retratan el oficio periodístico de este diario: pinchar el teléfono de Milly Dowler, una niña de 13 años que fue secuestrada y asesinada en 2002.
El reportero que seguía el caso no tuvo escrúpulo alguno para entrar al correo de la niña, desaparecida en marzo de 2002, y atreverse a alterarlo destruyendo pruebas para la investigación y generando falsas esperanzas a la familia (que la creyeron viva cuando ya había sido asesinada).
Tal ha sido el escándalo que el magnate mediático, Rupert Murdoch, dueño del conglomerado empresarial del que formaba parte este tabloide, tuvo que ordenar su cierre.
Otras víctimas: desde el Príncipe Guillermo hasta simples ciudadanos como la niña Dowler, pasando por una pléyade de actores y personajes de la farándula y la política: el actor Hugh Grant, la actriz Gwyneth Paltrow, Boris Johnson, alcalde de Londres; el cantante George Michael o la ex esposa de Paul McCartney, Heather Mills.
Pero, ¿quién resumió y dio a conocer todas estas atrocidades? Otro medio, que nunca hizo mejor honor a su nombre: The Guardian.
Lo dicho: el de los periodistas puede ser el mejor oficio del mundo.
ariel2001@prodigy.net.mx
Tomado de la página: www.impreso.milenio.com/node/8992936

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