10 de octubre de 2011

LOS LIBROS PERDIDOS DE LA BIBLIA


Por el P. Ariel Álvarez Valdés*

De vez en cuando se oye hablar de los famosos “libros perdidos” de la Biblia. Son un conjunto de escritos que, al parecer, existían antes de que ésta se compusiera, y en los que se basaron los autores bíblicos para redactar sus obras.
Sabemos de la existencia de estos libros porque la misma Biblia los menciona. Pero hoy lamentablemente han desaparecido, y resulta imposible saber qué es lo que decían. Esta situación es aprovechada por algunos grupos esotéricos, que especulan con que tales libros escondían información sobre civilizaciones secretas, ciudades misteriosas y culturas fantásticas, información que hoy, según dicen, puede descubrirse oculta en el trasfondo de los relatos bíblicos.





Otros, en cambio, se valen de estos “libros perdidos” para desacreditar la Biblia; como es el caso de Orson Pratt, uno de los fundadores de los mormones, que en 1852 denun-ciaba que la Escritura “no contiene la verdad completa, porque varios de sus antiguos libros sagrados se han extraviado”.
¿Existieron estos “libros perdidos”? Probablemente sí. El Antiguo Testamento menciona 19 de ellos, en un total de 50 citas bíblicas. Vea-mos cuáles eran, y qué es lo que decían.

Cuando Dios cruza el río
El primero de los mencionados, y más antiguo de todos, es el llama-do Las Guerras de Yahvé (Nm 21,14). Es el único que figura en el Penta-teuco. Dice la Biblia que cuando los israelitas marchaban por el desier-to hacia la Tierra Prometida, mientras recorrían el territorio al este del mar Muerto, cruzaron el río Arnón. Éste señalaba el límite interna-cional del país de Moab, enemigo de Israel, de modo que los hebreos atravesaban el vado preocupados y con miedo. Y añade el texto: “Por eso se cuenta en el libro de Las Guerras de Yahvé: «El Protector (es decir, Yahvé) se presentó en la tormenta. Sí, Él ha venido al valle del Arnón. Él desfiló, él se puso al lado de la región de Ar, se instaló en la frontera de Moab»”.
Al contar el cruce del río, el autor bíblico se acordó de este an-tiguo poema y lo citó, para enseñar cómo Dios está siempre al lado de su pueblo cuando éste debe enfrentar situaciones de riesgo o de peligro.
El “libro” de Las Guerras de Yahvé sería, pues, una antigua colec-ción de poemas, sobre diversas batallas de los israelitas contra sus enemigos, que proclamaban cómo Yahvé había luchado al lado de ellos. También sería la fuente de otros poemas que aparecen en la Biblia, como la Canción del Mar (en Ex 15,1-18), la Canción de Miriam (en Ex 15,21), la Canción de Moisés (en Dt 32) y la Canción de Débora (en Jue 5).

Para un amigo muerto
En las obras que siguen al Pentateuco, conocidas como la Historia Deuteronomista (Josué, Jueces, 1º y 2º Samuel, 1º y 2º Reyes), se citan otros cuatro libros perdidos.
El primero es El Libro de Yashar (o Libro del Justo, porque yashar en hebreo significa “justo”). Se lo menciona tres veces.
La primera, en el famoso relato de la batalla de Gabaón, cuando el general Josué, luchando contra una coalición de cinco ejércitos amo-rreos, logró detener el sol en medio del cielo con la ayuda divina, y así pudo derrotar a sus enemigos a plena luz del día. Dice la Biblia: “Y esto está esto escrito en el Libro de Yashar” (Jos 10,12-13).
La segunda mención, es el conmovedor lamento de David sobre la muerte del rey Saúl y su hijo Jonatán (en 2 Sm 1,19-27). Según la Bi-blia, el joven David era íntimo amigo de Jonatán, y su muerte, ocurrida durante la batalla de Gelboé, lo llevó a componer un largo y emotivo poema, que el autor bíblico dice haberlo tomado del Libro de Yashar.
La tercera y última cita, en realidad no aparece en la Biblia hebrea sino en su antigua traducción griega, llamada la versión de La Setenta. Se trata de un poema atribuido al rey Salomón. Cuando este mo-narca inauguró el Templo de Jerusalén, pronunció una breve oración: “Tú, Yahve, has dicho que vives en la oscuridad; pero yo te he construido un Templo para que vivas, un lugar donde habites para siempre” (1 Re 8,12-13). La Setenta asegura que este poema está tomado del Libro de Yashar.
Vemos, pues, que el Libro de Yashar, a diferencia de Las Guerras de Yahvé, no se relacionaba con batallas israelitas sino con personajes de su historia. De hecho, los tres poemas antes citados hacen alusión a tres grandes héroes (Josué, David y Salomón). Por eso se llamaba el Li-bro de Yashar (o del Justo): porque contenía poemas vinculados a perso-najes considerados justos o virtuosos en Israel.

La memoria de los reyes
El segundo libro perdido que aparece en la Historia Deuteronomista es el de Los Hechos de Salomón. Después de relatar los acontecimientos más importantes que tuvieron lugar durante su reinado, el autor bíblico termina diciendo: “El resto de los hechos de Salomón, todo lo que hizo y su sabiduría, ¿no está escrito en el libro de Los Hechos de Salomón?” (1 Re 11,41). El historiador bíblico da a entender que se trata de un libro que guardaba los registros oficiales del rey, y que se hallaba en los archivos del palacio de Jerusalén. Supuestamente en ella se basó para componer su relato sobre Salomón, que aparece en 1 Re 3-11.
El tercer libro mencionado es el de Las Crónicas de los Reyes de Israel. Es el texto perdido más nombrado de todos. La Biblia lo cita 18 veces. La primera vez que aparece es al final de la vida del rey Jero-boam. Al contar su muerte y sepultura, dice el autor sagrado: “El resto de los hechos de Jeroboam, cómo guerreó y cómo reinó, están escritos en el libro de Las Crónicas de los Reyes de Israel” (1 Re 14,19). Y a par-tir de aquí, lo mencionará 17 veces más cada vez que termine de contar la historia de un rey de Israel, empleando la misma fórmula. O sea que esas Crónicas fueron la fuente que él empleó para escribir la historia de la monarquía del norte.
El cuarto y último libro perdido, que aparece en esta colección histórica, es el de Las Crónicas de los Reyes de Judá. Figura mencionado 15 veces. La primera es al final de la vida del rey Roboam: “El resto de los hechos de Roboam, todo cuanto hizo, ¿no está escrito en el libro de Las Crónicas de los Reyes de Judá?” (1 Re 14,29). Y a partir de aquí, el autor la usará cada vez que termine la historia de algún monarca del re-ino del sur.

Textos hechos de otros textos
Si seguimos buscando, veremos que también se mencionan libros per-didos en la llamada Historia Cronista (formada por las Crónicas, Esdras y Nehemías).
Para componer esta Historia Cronista, los autores tuvieron que re-currir a numerosos textos escritos anteriormente, que les sirvieron de fuente. Algunos de ellos los conocemos, porque terminaron dentro de la Biblia, como el Libro de los Reyes (2 Cro 20,34), o el Libro de Isaías (2 Cro 32,32). Pero hay otros que se han perdido. Estos escritos desapa-recidos, mencionados en la Historia Cronista, son 12:
1) Los Hechos del vidente Samuel (1 Cro 29,29). De aquí se tomaron los datos para escribir la historia del rey David;
2) Los Hechos del profeta Natán (1 Cro 29,29; 2 Cro 9,29). Propor-cionó nueva información sobre el rey David, y también sobre su hijo Sa-lomón, el rey más sabio de Israel;
3) Los Hechos del vidente Gad (1 Cro 29,29). Sirvió como tercera fuente para escribir los detalles sobre el rey David;
4) Las Profecías de Ajías de Silo (2 Cro 9,29). Contenía más noti-cias y referencias acerca del rey Salomón;
5) Las Visiones del vidente Idó (2 Cro 9,29; 2 Cro 12,15). Aportó nuevos detalles de la vida de Salomón, y también de los reyes Jeroboam (de Samaria) y Roboam (de Jerusalén).

Sigue la Historia Cronista
6) Los Hechos del profeta Shemaías (2 Cro 12,15). De él, los auto-res bíblicos sacaron información para completar la historia del rey Ro-boam;
7) Comentario del profeta Idó (2 Cro 13,22). Incluía datos y refe-rencias al rey Abías, famoso por sus dotes de orador, y por haber tenido 14 esposas y 38 hijos;
8) Comentario del libro de los Reyes (2 Cro 24,27). Aunque tiene el mismo nombre, no es nuestro actual “Libro de los Reyes”, sino un Comen-tario sobre él, que circulaba. En este libro, el autor habría encontrado información sobre el rey Joás, quien subió al trono a los 7 años, gra-cias a una revuelta de los sacerdotes de Jerusalén;
9) La Historia de Ozías, escrita por Isaías (2 Cro 26,22). Era una crónica, atribuida a Isaías, sobre la vida del rey leproso Ozías, a quien tuvieron que llevarlo a vivir en una casa aislada, fuera del pala-cio real, para que no contagiara al resto de la corte;
10) Los Hechos de Jozay (2 Cro 33,19). Jozay es un profeta descono-cido, nunca mencionado en la Biblia, y a quien se le atribuía una peque-ña obrita que contaba episodios del malvado rey Manasés de Jerusalén, quien durante su gobierno introdujo en Judá el culto a los astros, fo-mentó el horóscopo, construyó altares paganos, y hasta mandó a matar a su hijo para honrar al dios extranjero Molok;
11) Las Lamentaciones (2 Cro 35,25). No es el actual libro de “Las Lamentaciones”. Aquél otro contenía una serie de elegías compuestas por diversas circunstancias luctuosas, entre ellas, por la muerte de Josías, uno de los reyes más venerados de Jerusalén.
12) El Libro de las Crónicas (Neh 12,23). No se trata de nuestro actual libro de las Crónicas. Más bien era una lista de nombres, y no una obra narrativa, porque la Biblia se refiere a él diciendo: “Los je-fes de familia fueron anotados en el libro de las Crónicas”.

La cueva de Jeremías
Finalmente, en los libros de Los Macabeos se mencionan los dos úl-timos libros perdidos de la Biblia.
El primero es Las Memorias de Nehemías (2 Mac 2,13). Allí se conta-ba cómo, cuando los babilonios destruyeron el Templo de Jerusalén, el profeta Jeremías logró salvar el arca de la Alianza y esconderla en una cueva de las montañas de Transjordania. También contaba que Nehemías había fundado en Jerusalén una biblioteca con textos importantes del ju-daísmo.
El segundo es Las Cartas de los Reyes sobre las Ofrendas (2 Mac 2,13), una antigua colección de cartas de los reyes persas a los judíos de Jerusalén, con directivas sobre cómo debían celebrar sus prácticas religiosas en el Templo.

¿Comedia griega en la Biblia?
Estos son los famosos 19 “libros perdidos” de la Biblia.
Resulta difícil saber si eran “libros” en el sentido moderno de la palabra, o simplemente colecciones orales, y transmitidas de generación en generación por los mismos israelitas.
Pero aún cuando hubieran sido verdaderos libros, el hecho de que la Biblia los mencione o cite parte de ellos, no significa que automática-mente hayan estado inspirados por Dios, y que debían formar parte de la Biblia.
Eso lo vemos, por ejemplo, en el último libro arriba mencionado, Las Cartas de los Reyes sobre las Ofrendas. Éste contenía la correspon-dencia enviada a Jerusalén por los reyes de Persia, cuando los israeli-tas dependían de ellos. Era, pues, una obra de autores paganos, y mal puede decirse que constituía un libro para incluir en la Biblia.
Lo mismo ocurre en el Nuevo Testamento. San Pablo, en el discurso que pronunció en el areópago de Atenas (Hch 17,28), cita el libro Fenó-menos, del poeta griego Arato (del siglo III a.C.). También en su carta a los Corintios (1 Cor 15,33) menciona la famosa comedia Tais, del es-critor ateniense Menandro (siglo IV a.C.). Y la carta a Tito (Tt 1,12) hace referencia a los Oráculos, del poeta cretense Epiménides (siglo VI a.C.). Y eso no significa que la filosofía estoica, o la comedia griega, o la poesía cretense, deban ser incluidas en la Biblia.

Salvando párrafos
Asimismo, si san Lucas menciona que el gobernador Festo escribió una carta al emperador romano acusando a san Pablo de criminal (Hch 25,26), no por eso hay que ir a buscar esa carta para incluirla entre las epístolas del Nuevo Testamento.
Cuando la Biblia cita un libro antiguo, no es para canonizarlo, ni porque reconozca en él una inspiración divina, sino simplemente para re-ferir una idea que en él había, nada más. Otras veces lo hace para con-tarnos de dónde tomó el autor el material de su obra. Así, quien compuso el 2º Libro de Los Macabeos nos cuenta que hizo un resumen de una obra mucho más amplia, en cinco volúmenes, escrita por Jasón de Cirene (2 Mac 2,23). Los cinco libros de Jasón se perdieron, pero su resumen ha queda-do en la Biblia, y ese resumen se considera inspirado.
Si los autores bíblicos hubiesen pensado que los libros que mencio-naban, así como estaban, eran sagrados, se habrían ocupado en conservar-los completos. Pero el hecho de que tomaran sólo algunas frases o párra-fos de ellos, muestra que únicamente consideraron importantes esas sec-ciones, y no todo el libro. Pero una vez que esas frases o párrafos pa-saron a la Biblia, ya se consideran inspirados por Dios, porque pasaron a formar parte de un nuevo contexto que sí está inspirado.

No pasaron los criterios
En segundo lugar, quien estableció qué libros del Antiguo Testamen-to pertenecen a la Biblia es la Iglesia, inspirada por el Espíritu San-to. Y para tomar tal decisión, la Iglesia se basó en ciertos criterios, como ser: a) el empleo de esos libros por la comunidad hebrea; b) el uso posterior de esos libros por los apóstoles y los primeros cristianos; c) el empleo de esos libros en la Iglesia primitiva.
Ahora bien, si analizamos estos criterios, veremos que ninguno se aplica a los 19 libros “perdidos”. Porque: a) éstos desaparecieron pron-to, y la comunidad hebrea antigua no los consideró parte de sus escritu-ras sagradas; b) en la época de Jesús ya no existían, y por lo tanto los apóstoles no parecen haberlos conocido, ni haberlos usado; c) la Iglesia primitiva posterior tampoco alcanzó a leerlos ni los empleó como expre-sión de su fe.
En consecuencia, ninguno de los 19 libros perdidos ha sido nunca un libro “bíblico”. Y el hecho de que se hayan perdido, no significa que dejaron incompleta a la Biblia.

Sólo una cosa falta
La Biblia, así como la tenemos hoy, está completa. No solamente contiene todos los libros sagrados heredados del pueblo de Israel, sino que también incluye en su segunda parte la Buena Noticia de Jesucristo, el Hijo de Dios, que con su vida trajo la salvación a todos los hombres. Por eso ella contiene toda la doctrina necesaria para que el hombre viva una vida con sentido.
Millones de personas a lo largo de los siglos han buscado en ella consuelo para sus tristezas, luz para sus problemas, paz para su ansie-dad. Y cada vez hay más gente que medita la Escritura, para procurar vi-vir de acuerdo con ella. Especialmente en épocas de crisis, la Biblia, por ser Palabra de Dios, constituye un apoyo firme y seguro para soste-ner la vida de quien se tambalea y se siente inseguro. Cuando leemos las vidas de Abraham, de Moisés, de David, de Job, vemos cómo, más allá de su historicidad, estos personajes tuvieron que enfrentar situaciones lí-mites, y a pesar de todo salieron victoriosos de sus dificultades, gra-cias a la fuerza extra que da la fe en Dios. Entonces comprendemos que también nosotros, con ayuda de este Libro, y con la fuerza que procede de Jesucristo, podemos repetir sus exitosas experiencias en nuestras dé-biles vidas.
A la Biblia no le falta ninguna obra. Ella tiene el poder, la fuer-za, el vigor, la energía capaz de transformar a cualquier persona. Lo único que le falta es que creamos en ella, y empecemos a vivir sus enseñanzas.





* Sacerdote, Doctor en Teología Bíblica, Profesor de Teología en la Universidad Católica de Santiago del Estero (Argentina)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente artículo mí estimado amigo en Cristo Jesús!
Bendiciones!