3 de septiembre de 2010

Carta a un personaje


      -CRONICA-

Por:  Luis Fernando Mata

Un día de estos se me ocurrió hacer una carta a cierto personaje, un

hombre muy reconocido, docto y respetable.

Pero de tanto redactar noticias, aplicando técnicas periodísticas, noté con sobresalto que no sabía el cómo ni el por qué de dicha carta, mucho menos lo más importante: el mensaje.

Al no tener claro qué escribirle, hice antes un repaso mental de los distintos motivos, por los que la gente escribe a un gran personaje.

La adulación, me dije, es uno de los  más  feos  argumentos; pero quizá no el más importante. El que adula no lo hace sin intención ni objetivo –reflexioné- y tal conclusión me llevó al segundo motivo: la petición.

La petición, creo, es quizá el principal objetivo, el echarle el “punteo” a “ese”, cuya posición de eminencia, le permite bendecir con una recomendación o una simple llamada telefónica.

Para el discreto, que no gusta de ir “al grano”, pero que tiene oculto su objetivo, el tercer camino sería el elegido: un elogio suave, bien aderezado y luego, la petición certera, hecha con tacto y buen sentido.

Pensé también en otras motivaciones, capaces de sentar a alguien a redactarle una carta a un personaje reconocido. He aquí que la intercesión, surgió ahora como tercer motivo.

Como recurso de petición, la intercesión es muy gustado por lo elegante: no pides para ti, pides para ese otro que no está en condición ni ánimo de pedir y que... en oculto, podría relacionarse contigo.

Así nacen lacrimosas cartas de gente que clama consternada por esa familia, de 15 miembros, que vive bajo un puente y que además, tiene a un niñito con parálisis cerebral.

Deseché este último recurso porque no es mi intención, de momento, interceder por nadie ni por nada.

Así, de brinco en brinco, buscando lo razonable entre ideas sin sentido, llegué a la propuesta: son cartas que proponen algo, un negocio buenísimo y atractivo, de esos que se caen solos y con una rentabilidad del mil por uno.

Tales cartas, generalmente, las hacen los comisionistas en representación de sus clientes y, por supuesto, movidos por un interés económico más que evidente.

De la propuesta brinqué a la denuncia, una forma de petición muy frecuente y valiosa. Si lo que se denuncia es algo injusto y tiene relación con el personaje, al punto de afectarlo, el éxito está en camino.

A esta altura llegué a la intriga, al chisme rastrero, a esa “malinformación” o serrucho de suelo para quien no podemos derrotar por las buenas, ni a puño limpio y de frente.

Pero tratando de enlodar a otros, el intrigante se enloda a sí mismo, como el asesino, a quien acusa la sangre dejada en sus ropas por la víctima.

La queja, como mensaje es mala consejera: refleja duda, inseguridad y disconformidad con alguien o con algo. Quien se queja es porque no está satisfecho y... ¿a quién le gusta leer quejas? A nadie. ¿Quién estaría dispuesto a correr a resolverlas? Por supuesto que casi nadie, mucho menos lo haría nuestro personaje.

Otras excusa para escribir una carta es el dar consejos; pero todo consejo no solicitado es una evidente agresión.

La vanidad y el orgullo son otros argumentos infaltables, en el repertorio de todos los que redactan cartas a la gente famosa. No escriben para pedir consejo, que es otra de las posibilidades de la petición, sino para darlo y lo peor, sin que se los pidan, desarrollando para ello discursos pomposos y altilocuentes.

Así, eliminando propuestas, unas por obvias y otras por tan gastadas que apestan, llegué a la ofensa, la peor de todas las motivaciones para escribir una carta a un personaje en eminencia.

Los que ofenden son gente con sangre en el ojo, herida o resentida y que ha convertido su bilis en la tinta de un mensaje.

Las cartas ofensivas nunca logran más que desahogar pasiones y sentimientos heridos; pero como mensajes, no logran ningún objetivo.

Quizá la carta más rara o poco frecuente, sea la redactada con la finalidad de dar o compartir algo: una vivencia, un testimonio.

Y la más extraña aún de las misivas, sea la hecha con el propósito de ofrecer o donar algo que es bueno y hace falta, como dinero, una propiedad, un servicio, derecho u obra de arte.

Mi análisis me conduce luego a la más obvia de las cartas: la de amistad, que inicia con un saludo, luego sigue con una introducción o razón del mensaje y en el desarrollo, agrega algún detalle curioso o trivial del remitente, hasta llevarlo a un cierre con un deseo, sincero y cálido, de que el destinatario esté bien.

Son cartas muy amables, hechas por almas nobles y bien intencionadas; pero en cuanto a mensaje, este es harto predecible y su profundidad, no pasa de la superficie del suelo. Siendo ni fu ni fa o mucho ruido y pocas nueces, tales escritos tienen por destino el archivo redondo o basurero; o en su versión moderna, la papelera virtual de reciclaje.

En mi estudio de todas esas excusas por hacer cartas a un personaje llegué a la carta de felicitación. La felicitación es como la ropa blanca, que va con toda prenda, a toda hora y lugar. Cuando es realmente merecida y escrita de forma sincera, la felicitación se recibe con alegría y no se toma como adulación, que es simple, machacona y pegajosa, algo así como mezclar Goma Loca con Resistol.

Así, después del análisis antes descrito, llegué a concluir en lo que sería mi carta, una carta a la que defino como de línea amistosa: un minúsculo saludo con reconocimiento o felicitación por el  mérito obvio del personaje; pero sin caer en la adulación rastrera y sospechosa.

La carta además tendría un breve comentario, muy novedoso, acerca de un tema de interés del personaje y cerraría... no pidiéndole nada.

Al contrario, en su último párrafo, me pondría a las órdenes del ilustre destinatario, expresándole, sinceramente, mi deseo por servirle en algo.

Resultado: dos horas y media después, el personaje devolvió un acuse de recibo; lo hizo de la manera más atenta, pero escueta, con un solo párrafo.

Esa era, en sí misma como carta, el mejor ejemplo del porqué él es un gran personaje.

En ese minúsculo mensaje me daba las gracias, su número de teléfono y dejaba abierta la posibilidad de una entrevista... en su propia casa; pero todo en un solo párrafo.

2 comentarios:

Karla Delgado dijo...

Qué bueno, profe!
Sus textos me hacen aprender cada día más. Gracias por la experiencia plasmada en este blog.

Saludos!

EILEEN VALERIO dijo...

Muy bonito profe!!!