30 de junio de 2010

PERDONE, PERO NO SOPORTO...!!



Por:  Luis Fernando Mata
“¡Juntennn esta cochinadaaaa!” gritó Tranquilino Cocoduro al momento de lanzarse desde la azotea del edificio en donde trabajamos. Al darse la voz de alerta, todos corrimos escaleras abajo, con la esperanza de asegurar un sitio preferencial entre los curiosos. Por su parte, las secretarias no paraban de aullar histéricas y los jefes, trataban en vano de restablecer la calma en sus oficinas.

A tranquilino, o más bien, a lo que quedó de él, lo encontramos tirado en media calle, rodeado de asombrados transeúntes. Una señora yacía desmayada en la acera por la impresión que se llevó.

Alguien, voluntariamente, se hizo cargo de desviar el tránsito y sólo se permitió el paso a un periodista de la televisión, a quien escuché decir en voz baja al camarógrafo: “mae, enfoque bien al occiso desde este ángulo, para que se le vea bien la cara de tortilla. No te olvidés del charco de sangre, de los sesos y de aquella oreja que está a la par del caño”.

27 de junio de 2010

LA CHICA... WOW!

  CRÓNICA

Por: Luis Fernando Mata

Si usted es de los que voltea la cabeza, cada vez que ve pasar a una guapa rubia, entonces debería conocer a Camila, una chica que conocimos en un night club capitalino.
La verdad... no había intención de entrevistar a nadie en ese momento.
Simplemente era una noche clara, tranquila con un cielo repleto de estrellas y una luna bien llena, de esas que dan ganas de que fuera de queso para cortarla en pedacitos.
Entramos por curiosidad y luego de ver las acrobacias de varias chicas sobre la pista semi iluminada por luces trazadoras, y bajo el golpeteo infernal de la música de «Nirvana», nuestra mirada se clavó en esa joven... 

24 de junio de 2010

LA CITA... A CIEGAS!



Por:  Luis Fernando Mata


A raíz de una visita que hizo mi amiga Chío a la firma XX. me trajo la noticia de que una amiga suya, alta funcionaria de esa empresa, se sentía solita y bastante deprimida por no tener con quien compartir.

«Yo le dije que tenía para ella la persona ideal y me tomé la atribución de decirle que sos vos ¿qué te parece?".

-¿Yo? ¿Yo? ¿Estás segura de que esa mujer es para mí?

21 de junio de 2010

Avaricia y miseria

Por:  Luis Fernando Mata

Por más que maquille el rico
con riqueza su existencia,
podrá quitarse de encima
el hedor de su miseria.

Miseria no es suciedad,
ni es ausencia de riqueza,
miseria es tener como dios
al tintinear de las monedas...

19 de junio de 2010

LA GENTE LO NOTA KARLITA, LO NOTA...







Para:  Karlita González y Karlita Uribe estudiantes de periodismo.
De:  Luis Fernando Mata

Karlita, el otro día me preguntabas acerca de ¿qué significa escribir bien? y, después de un rato, se me ocurrió decirte:
«Escribe bien quien transmite un mensaje ordenado, claro, con las palabras necesarias, con elementos llamativos, redactado de forma elegante y con absoluta veracidad».
No es la definición más completa ni la única. Que conste: es una definición a mi estilo.  Cada quien tendrá la suya.

6 de junio de 2010

El fusilamiento

 Relato

 Por:  Luis Fernando Mata

Armenia es un pequeño país asiático sin costas, su extensión es un poquito más de la mitad de Costa Rica, en tanto que su población viene siendo, en número, muy parecida a la nuestra.

Antes de 1991, año en que se independizó,  pertenecía a la Unión de Repúblicas Soviéticas, aún así, según las estadísticas, su población es cristiana en un 94%.

En el libro "Como combatir el miedo", del escritor norteamericano Don Gozzet, el autor nos narra un curioso pasaje de la historia de este país. Como el escrito es muy extenso, lo he reducido a un tamaño manejable, parafraseándolo, hasta donde me  fue posible.

En 1888 hubo una guerra entre Armenia y sus vecinos de Azerbaiyán, que en su mayoría son musulmanes.

En esa ocasión los armenios fueron invadidos por varias tribus enemigas, que se dedicaron a perseguir a los cristianos, a quienes torturaban y mataban.

Un día llevaron a cuarenta armenios cristianos en fila para ser ejecutados. Les dieron a elegir: si negaban a Jesucristo serían perdonados.

Uno por uno fueron llevados al círculo de ejecución y una vez allí se les preguntaba si negaban a Cristo. Todos dijeron un no rotundo y fueron fusilados... todos... menos uno.

Cuando llegaron al último hombre y le preguntaron si negaba a Cristo, este dijo que sí y fue perdonado.

De repente, el soldado musulmán que tenía el rifle con el que estaba fusilando se dirigió a este último hombre, le entregó el arma y le dijo:

-Toma tú mi lugar, que yo tomaré el tuyo.

Así, el último de los cuarenta tomó el fusil y salió a disparar. El soldado se paró firme en el círculo de ejecución, pero antes de ser fusilado pidió, como última voluntad, hablar así a su verdugo:

-Primero déjame hablar; quiero explicarte por qué hago esto. Yo estuve parado ahí donde tú estás, y desde ahí he fusilado a treinta y nueve hombres, y cada vez que mataba a uno, un hermoso ángel con traje resplandeciente descendía, y le ponía una corona sobre la cabeza. Yo vi al último ángel que venía con una corona en sus manos, pero tú, que eras el último hombre, te acobardaste y negaste a Cristo. ¡Yo quiero esa corona; el ángel continúa ahí, en espera. Puedes fusilarme, pues acepto a Cristo como mi Señor y me llevo la corona!

Esta maravillosa historia nos ilustra lo dicho por el Señor en su Palabra:

"Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida" (Apocalipsis 2:10)

1 de junio de 2010

LA GENERACIÓN INSTANTÁNEA

REPORTAJE: PSICOLOGÍA

Por: FRANCESC MIRALLES 23/05/2010

Para EL PAIS, España
Desde hace una década vivimos en la cultura del aquí y ahora, en la que la urgencia domina nuestra vida. Pero ¿vivir así nos hace más felices o sólo oculta el miedo a pensar?
Tanto antes de la crisis como durante la crisis, la sociedad del derroche ha penetrado hasta tal punto en todos los aspectos de nuestra vida, que el consumo compulsivo ya no se limita a lo que adquirimos en las tiendas. El consumismo se ha trasladado a las relaciones sentimentales, cada vez más efímeras, por no hablar de nuestra sufrida agenda diaria, que sobrecargamos de compromisos y actividades. Consumimos tiempo y recursos en una carrera alocada contra el ritmo natural de las cosas.

“Corremos sin cesar porque no sabemos adónde vamos ni qué queremos hacer con nuestra vida. Detenernos nos da miedo”.
"Si se cumplen los pronósticos, nos aguarda un mundo más lento y pequeño en el que los vecinos y el barrio recuperarán importancia".

Todo lo queremos instantáneo. Antes, preparar un café en casa era un ritual que implicaba desenroscar la cafetera, llenar el filtro de café molido, volverla a cerrar, esperar a que el fuego hiciera emerger el café con un sonido inconfundible… Hoy ponemos una cápsula en la máquina y obtenemos en cuestión de segundos un café instantáneo.
El problema no es el café, sino que esta misma urgencia domina el resto de ámbitos de nuestra vida. Somos la generación Nespresso.

Con prisa y sin pausa
“Tanta urgencia tenemos por hacer cosas, que olvidamos lo único importante: vivir”
(Robert Louis Stevenson)

La cultura de la impaciencia se empezó a gestar con la revolución industrial y ha llegado a su cénit esta última década. Con la implantación masiva de Internet y de la telefonía móvil, nos hemos acostumbrado a los resultados inmediatos. Escribimos el nombre de un restaurante en la ventanita de Google y antes de un segundo tenemos su ubicación exacta en el mapa. Mandamos un correo electrónico, y si no obtenemos respuesta rápida, llamamos para ver qué sucede.
Según el psicólogo Miguel Ángel Manzano, “las nuevas tecnologías nos han construido un mundo virtual con el que nos relacionamos la mayor parte del tiempo; por tanto, cada vez estamos más acostumbrados a esos tiempos de reacción y cualquier cosa que se dilate demasiado nos molesta”.
Nuestra generación exige resultados a cortísimo plazo. Pero ¿vivir así nos hace más felices? ¿Dónde está el placer de la espera? ¿Qué sentido tiene correr tanto cuando no sabemos hacia dónde queremos ir?
Antiguamente, la paciencia y la lentitud se consideraban virtudes capitales para hacer grandes obras, como copiar un manuscrito o edificar una catedral. De hecho, estudios modernos como el de Malcolm Gladwell y su ley de las 10.000 horas reivindican el tiempo y la dedicación como clave de la excelencia. La precipitación, en cambio, genera estrés, angustia y frustración. Tal como decía hace un siglo el escritor británico Chesterton, el problema de las prisas es que al final nos hacen perder mucho tiempo.

‘Speed dating’
“Las grandes leyes de la naturaleza son: no corras, no seas impaciente y confía en el ritmo eterno” (Nikos Kazantzakis)

La pasión por lo instantáneo explica el auge de fórmulas como el speed dating, en el que los singles disponen de siete minutos con cada persona en una multicita que les obliga a saltar de mesa en mesa. En cada minicharla, el emparejado/a debe decidir si va a marcar en la cartulina el nombre de quien tiene delante para un futuro contacto o bien termina aquí el encuentro.
Una sesión de speed dating comporta conocer de siete a 10 personas en una hora, aunque en versiones más aceleradas –con encuentros de dos minutos– se puede aumentar el número de citas a 25 por hora. En muchos de estos locales se promueve el fast food durante los encuentros, porque se ha comprobado que tener algo en la mano, por ejemplo un trozo de pizza, permite controlar mejor los nervios. La música machacona a buen volumen hará el resto.
La pregunta es adónde nos lleva todo esto. Aunque en esta cadena de flirteos elijamos a alguien que a su vez nos ha seleccionado, nuestro umbral de tolerancia en la próxima cita será más bien escaso. Quien no quiere perder más de siete minutos en conocer a alguien tardará ese mismo tiempo en desencantarse cuando se adentre en la complejidad del otro.
Esta misma prisa hace que los padres hayan perdido la paciencia a la hora de educar a sus hijos, además de sufrir constantes conflictos con familiares, amigos y compañeros de trabajo por una simple falta de tiempo para aclarar las cosas.
Antes o después tendremos que preguntarnos por qué estamos viviendo de esta manera y qué obtenemos con ello.

Lo que oculta la carrera
“La velocidad no sirve para
nada si te dejas el cerebro por el camino” (Karl Kraus)

Detrás de la generación Nespresso se oculta un problema de ansiedad generalizada. Corremos sin cesar porque no sabemos adónde vamos ni qué queremos hacer con nuestra vida. Como detenernos a pensar nos da miedo –existe el riesgo de descubrir que andamos perdidos–, entre una cápsula de experiencia instantánea y la siguiente, seguimos a la carrera.
Sobre esto, el periodista José María Romera afirma que “la agitación que impera en nuestro tiempo deja poco espacio a la reflexión y al sosiego. Esperar es casi un acto heroico cuando la conducta más frecuente ante el rechazo o el fracaso es el abandono a las primeras de cambio. Sólo en la medida en que nos reconciliemos con la duración propia de cada cosa podremos obtener de ella el máximo beneficio”.
Hay una serie de hábitos que nos permiten pasar de lo instantáneo al lento y placentero rugido de la cafetera de la vida. Algunos de ellos serían:
Recuperar el hábito de esperar. Aunque haya cola en una tienda o parada del mercado, si es allí donde queremos comprar, no buscar una solución instantánea cambiando de lugar.
Congelar los correos electrónicos conflictivos. Al menos 24 horas, ya que una respuesta instantánea y en caliente puede destruir en cinco minutos una relación edificada en años.
Encargar un libro en la tienda del barrio. Como en los viejos tiempos, esperar su llegada una semana o dos aumentará la ilusión cuando lo tengamos en las manos.
Ver películas de arte y ensayo. Contra la velocidad que imprime el cine comercial, revisitar películas europeas de los sesenta y setenta, o bien optar por la filmografía oriental, nos educa en un ritmo más calmado y reflexivo.
Ejercitarnos en la espera y la lentitud tiene un valor adicional, ya que hay indicios de que el gran batacazo que ha supuesto para nuestro modo de vida la última crisis económica va a imprimir un giro radical al mundo.
El fin del ‘low cost’
“Uno puede estar a favor
de la globalización y en contra de su rumbo actual, lo mismo que se puede estar a favor de
la electricidad y contra la silla eléctrica” (Fernando Savater)
Antes de que nos cansemos de lo instantáneo, parece ser que el mundo va a encoger y nos obligará a vivir con un ritmo más pausado y natural. Esa es la tesis del analista económico Jeff Rubin, que en su libro Por qué el mundo está a punto de hacerse mucho más pequeño anuncia el retorno a una cultura basada en los productos locales.
“Cuando el barril de petróleo vuelva a costar tres dígitos, esto acabará con la cultura low cost y demostrará que la globalización ha sido un sueño o una pesadilla, pero, en cualquier caso, que es económicamente insostenible. Ya era ecológicamente inviable, pero ahora también lo será desde un punto de vista financiero. Tomaremos el avión, pero no para ir a Vietnam de vacaciones, sino en ocasiones muy señaladas y pagando un precio muy alto, tal y como sucedía antes.
La imposibilidad de transportar mercaderías baratas de una parte del mundo a otra, según Rubin, nos obligará a producirlo todo más cerca: desde los granos de arroz hasta los barcos. Lo que era exótico volverá a ser exótico, y caro. Dicho de otro modo, tener fresas en invierno se convertirá en un lujo de excéntricos. Nos tendremos que reacostumbrar a una cultura más local y artesana y, con ello, a los ciclos naturales.

La próxima generación
“Ha de haber algo más en la vida que tenerlo todo” (Maurice Sendak)

Si se cumplen estos pronósticos, nos aguarda un mundo más lento y pequeño que implicará viajar menos en coche y caminar más a menudo. Compraremos y trabajaremos más cerca de casa y, por tanto, nuestros vecinos y el barrio en el que vivimos recuperarán la importancia de antaño.
El fin de lo frívolo y lo inmediato tendrá gran repercusión en la psicología de la sociedad. Así lo asegura el periodista cultural David Barba, que prepara el primer ensayo sobre la generación Nespresso: “Nuestra visión de la escasez será sustituida por una mentalidad de abundancia. A lo largo de la historia, las sociedades tradicionales, mucho más pobres en lo material, han sentido como una bendición la posesión de alimentos u objetos de sobra, y jamás faltó un lugar en la mesa para el caminante que necesita un plato de comida. Sin embargo, nuestra sociedad de la opulencia siente como ninguna otra la idea de la escasez, el preconcepto de que no hay suficiente para todos y, por tanto, no es posible compartir el bienestar con los recién llegados o con los elementos ‘no-productivos’. En una sociedad moralmente mejorada, la solidaria mentalidad de la abundancia –más propia de la naturaleza humana, como han demostrado las psicologías humanistas del siglo XX– emergerá para quedarse”.
Por tanto, la buena noticia de la crisis es que, cuando pase el vendaval, seremos capaces de ver nuestras verdaderas prioridades, todo lo esencial que nos había pasado de largo en nuestra agotadora carrera hacia ninguna parte.

PARA DESACELERAR

1. Libros
- ‘El desierto de los tártaros’, de Dino Buzzati (Alianza).
– ‘Del caminar sobre el hielo’, de Werner Herzog (La Tempestad).
2. Películas
- ‘Hierro 3’, de Kim Ki-duk (Cameo).
– ‘Una historia verdadera’, de David Lynch (Vértice).
3. Discos
- ‘I’m the man’, de Simone White (Honest Jones).
– ‘Lhasa’, de Lhasa (Warner).

¿POR QUÉ CORREMOS?

“Una reunión del Club de Roma de los años setenta llegó a la conclusión de que cada solución que encontramos para un problema global genera de media cuatro problemas nuevos. La sociedad de la prisa corre para no dejarse atrapar por los problemas. Esta prisa es imprescindible para mantener la caldera del sistema en marcha, aunque cada vez da mayores signos de estar a punto de estallar, al tiempo que convertimos el bosque en hollín. En una dimensión psicológica, corremos por lo mismo de siempre: para escapar del dolor y de la muerte. Pero, ¡ay!, el dolor es un corredor de fondo. La gran diferencia es que la tecnología nos ha permitido multiplicar exponencialmente nuestra prisa hasta alcanzar velocidades de vértigo; una tecnología que, por cierto, sólo se ha ocupado de encontrar la manera de acelerar, pero se olvidó de los mecanismos de frenado”, afirma David Barba.