Por: Esther Vargas, pèriodista
En los últimos días dos pequeños incidentes me hicieron revivir la vieja polémica: ¿Grabadora o libreta de notas? Una redactora, experimentada, entrevistó a un importante empresario sobre un tema candente. Cuando le pregunté si había grabado me respondió que NO. Otro redactor, nada experimentado, tardaba la entrega de su noticia escuchando una grabación, prolongada y bulliciosa. Había estado en una marcha. Tenía que haber grabado los “Oeoeoeoeoeoe…” o quizás haber grabado las enfervorizadas declaraciones típicas de una marcha. Ejemplo: “Ni un paso atrás”.
Y al mismo tiempo encontré el post del periodista argentino Matías Maciel, quien se declara hincha del grupo de los que considera las grabadoras como aparatos innecesarios. Le basta, dice, un anotador y buena memoria. Nada de tecnología.
Coincido con Maciel en este punto: confío demasiado en mi memoria. Temo, sin embargo, mi mala letra. Es decir, a veces no entiendo lo que garabateo en la libreta de notas. Pese a ello, sigo odiando el molesto acto de ‘desgrabar’ (no sé si existe la palabra o si Martha Hildebrandt la desaprueba), la tarea más pesada y aburrida del mundo. Sin embargo, trabajo es trabajo. Y el rigor periodístico te obliga a usar la grabadora, y a sufrir el ‘desgrabado’.
Desde un cumbiambero alegrón hasta un congresista figuretti. Cualquiera te puede rectificar y denunciar si no tienes la prueba. La prueba es la bendita grabación, aquella que debemos cuidar, proteger y resguardar.
Un hampón te puede denunciar. Un miembro de una barra brava también. Una Karen Dejo, un ‘Puma’ Carranza.
Algunos creen que cuando se escribe crónicas, las grabadoras y las grabaciones sobran. Le quitan el romanticismo a la situación, me dijo cierta vez un aprendiz de cronista. Pues sí. En mi prolongada carrera de cronista he usado más libretas garabateadas que grabadoras, pero este post es para recomendar el uso de esos aparatitos capaces de salvarnos la chamba. Sí, señores. A veces basta hacer PLAY para conservar el empleo.
Maciel dice que graba los datos más duros (cifras, fechas…). Buena idea. Pero creo que no solo cifras, fechas y datos deben grabarse. Hasta las impresiones del entrevistado muchas veces son necesarias para dormir tranquilo.
Muchos periodistas dicen que cuando se apaga la grabadora, el entrevistado se suelta. La atmósfera cambia, el semblante de nuestro personaje se ablanda y ya nadie (ni periodista ni entrevistado) se cuida tanto de lo que habla. Pues sí. Es un momento maravilloso. Es como el amor después del amor. Es el momento de las grandes revelaciones, de lo que tanto querías escuchar…Solo que para un periódico no sirve. El entrevistado de tus sueños puede ser un testarudo, capaz de amanecer con la cruz de cabeza, dispuesto a negar hasta sus suspiros.
El mexicano Federico Campbell, cuyo blog recomiendo, también parece enemigo de la grabadora. Gabriel García Márquez la detesta: “ Un buen entrevistador, a mi modo de ver, debe ser capaz de sostener con su entrevistado una conversación fluida, y de reproducir luego la esencia de ella a partir de unas notas muy breves. El resultado no será literal, por supuesto, pero creo que será más fiel, y sobre todo más humano, como lo fue durante tantos años de buen periodismo antes de ese invento luciferino que lleva el nombre abominable de magnetofón. Ahora en cambio, uno tiene la impresión de que el entrevistador no está oyendo lo que se dice, ni le importa, porque cree que la grabadora lo oye todo. Y se equivoca: no oye los latidos del corazón, que es lo que más vale en una entrevista”.
El maestro es un romántico. No debo discrepar con él. Pero desde mi sitio de editora de un diario de circulación nacional he recibido infinitas cartas rectificatorias de gente que se arrepintió de haber dicho lo que dijo. En el 90% de casos hubo una grabación para respaldar a mis redactores. En el 10% restante de ocasiones tocó publicar la rectificación.
A veces basta con publicar la aclaración. Hay personajes que, sin embargo, no se conforman con ello y te llevan a juicio. No he vivido esa experiencia, quizás porque grabo, grabo, grabo casi todo (menos los latidos del corazón). Así también guardo correos electrónicos. Debería conservar las libretas, pero mi desorden las hace desaparecer casi al día siguiente.
Alma Guillermoprieto, la brillante mexicana que me dictó un taller de crónicas en la Fundación de Gabo, odia las grabadoras por la misma razón que yo: coloca mal las pilas, coloca mal la cinta, graba en PAUSE. Tantas cosas feas ha vivido con el aparatito que ya no graba. Siente, además, que cuando lo hace no escucha. Su recomendación es simple: “Mira y luego anota”. Dos actividades, indica, que se deben hacer en simultáneo. “Yo casi siempre empiezo por mirar, por situarme visualmente y después preguntar”, sugiere.
Cuando trabajas en un diario, tu jefe –por muy romántico que sea-, te pedirá tres cosas: Mira, graba y anota.
Si la grabadora te intimida solo te queda no verla, no sentirla. Mientras más pequeña sea la grabadora menos intimidante será. Si la colocas sobre la mesa, la amenaza no será tan intensa. Si haces como los reporteros de la televisión con sus micros, es decir, si tomas la grabadora y se la pones al entrevistado tan cerca de la boca que este podría besarla, ten por seguro que tu personaje odiará el aparatito y te dirá menos, mucho menos, de lo que esperabas.
Mira, graba y anota los latidos del corazón.
1 comentario:
Cierto profe. no hay que atenerse mucho a las grabadoras y, al contrario, debemos de tomar apuntes.
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