-CRÓNICA LITERARIA-
Por: Luis Fernando Mata Araya
Hay en mi vida un misterioso recuerdo que desde hace tiempo me persigue como una sombra. Todo empezó en octubre de 19... Yo era estudiante universitario. Me dirigía a Puntarenas. De allí debía viajar hasta Guanacaste, para una investigación que exigía la carrera de periodismo. Se trataba de un análisis de las principales informaciones que se daban en un pueblo, en este caso Nandayure, para luego procesar todos esos datos desde el punto de vista noticioso.
A Nandayure se llegaba más rápido por Puntarenas, utilizando una lancha que salía del muellecito, allá en la punta, un pequeño embarcadero del que también sale el Ferry hacia Playa Naranjo.
Ya entrada la noche, llegué a Puntarenas con un grupo de cinco compañeros del curso de Periodismo Interpretativo, ahí estuvimos despiertos hasta eso de la 1 de la madrugada, hablando, comiendo y tomando.
Como estudiante yo era alegre y parlanchín, pero para mi no hubo tragos. Yo no tomaba licor en ese entonces, ni ahora tampoco.
Nuestro equipaje consistía en mochilas con ropa, y cuadernos con los cuestionarios de las entrevistas que haríamos en Nandayure.
En determinado momento me separé del grupo y caminé por el Paseo de los Turistas con un compañero, de nombre José Miguel ... Juntos buscamos un lugar donde pasar lo que restaba de la noche. El sitio más cómodo estaba muy cerca de la punta, frente al hotel Arenas, que ya no existe, porque a los años construyeron ahí el Yadrán.
No pagamos hotel porque la lancha de cabotaje salía a las 3 a.m. del muellecito de Puntarenas. ¿Para qué hospedaje por unas horas?
Simplemente agarramos las mochilas de almohadas y nos tiramos pesadamente sobre la tibia arena. José Miguel se durmió y de inmediato empezó a roncar.
Aunque estaba rendido, no podía conciliar el sueño por el temor a que la lancha nos dejara ahí, tirados. Por eso me mantuve en estado de vigilia, o como dicen «entre dormido y despierto», escuchando el suave romper del oleaje y con la atención puesta en cierta gente que merodeaba por el lugar.
Al rato la brisa sopló más fuerte, el rugido del mar se hizo amenazador y las olas de la marea alta, empezaron a depositar su espuma más cerca de nosotros. La temperatura descendió hasta convertirse en un frío insoportable. Por suerte yo andaba una gruesa jacket de tela, jeans, medias gruesas y unas botas, como las de los sabaneros.
Justo frente al hotel había un viejo lanchón encallado en mitad de la playa. La nave había funcionado en un tiempo como casino. Nosotros estábamos a 50 metros de ese lanchón abandonado, y que ahora servía de nido a gaviotas y coloridos cangrejos.
Era una madrugada espléndida de luna llena sobre cielo despejado, el alumbrado público daba una palidez espectral al Paseo de los Turistas que ya lucía desierto a esa hora. La luz, blanca y fría de la luna iluminaba la playa en toda su extensión.
Mentalmente repasaba el itinerario que seguiríamos, una vez puestos los pies en Nandayure. Debíamos ubicar a los personajes mejor informados del cantón: el cura párroco, el barbero del pueblo, el director de la escuela, la partera... Miré el reloj. Las manecillas marcaban las dos y diez de esa madrugada
Recordé que por ahí muy cerca, en algún lugar de la punta, fusilaron a Juan Rafael "Juanito" Mora y eso fue el...el...30 de septiembre de 1860 y dos días después, el 2 de octubre también ejecutaron ahí mismo al general José María Cañas. ¿Qué raro? ¿Por qué sería? ¿Por orden de quién los fusilaron? La historia señala a José María Montealegre, quien fuera cuarto presidente de Costa Rica y a sus hermanos Mariano y Francisco, como los resposables de ordenar la ejecución. "Y esto que ambos hoy son reconocidos como héroes de la Campaña Nacional de 1856...", me decía.
Yo continuaba ahí, cabilando, recostado justo en la base de una palmera. El mar, ahora en marea baja, lucía de nuevo tranquilo, aunque no dejaba de rugir. Desde ahí el horizonte se veía perfectamente dibujado sobre la pálida luz de esa madrugada. A lo lejos se divisaban las siluetas de siete barquitos de pescadores que a esa hora se atrevían a lanzar sus redes. Arriba, en el firmamento, las estrellas titilaban sobre el azul profundo del cielo.
De repente observé a una mujer que venía caminando por la orilla del mar, en el sitio en donde rompían las olas. Incluso logré ver que a su paso el agua de la marea baja salpicaba sus pies descalzos.
Venía vestida totalmente de blanco, ese vestido me llamó la atención: era largo, como hasta mitad de la pierna, ceñido a la cintura, con pliegues en la falda. La manga larga remataba en vuelitos alrededor de sus muñecas. ¡Parecía un vestido de novia! Era una trigueña, de pelo negro y ondulado, de mediana estatura, delgada. Físicamente se veía atractiva. Caminaba en actitud pensativa y muy lentamente.
Me extrañó el sitio y lo inusual de la hora, para que una joven tan hermosa realizara una caminata.
La chica pasó frente a nosotros como a unos diez metros, parecía no percatarse de que alguien la observaba Al pasar, su cabello largo y negro era agitado por la fuerte brisa.. La seguí con la mirada, siempre recostada mi cabeza a la mochila, pegada a la base de la palmera y con mi espalda sobre la arena.
De repente se ocultó detrás del lanchón abandonado en la playa. Me levanté y por curiosidad corrí a ver dónde iría una chica tan linda y bien vestida a esas horas. Incluso coloqué la mano sobre la fría y oxidada estructura y me asomé...
Pero no había nadie: había desaparecido.
Sentí temor. Un escalofrío me recorrió la espalda. Corrí hacia donde estaba José Miguel, quien siguió roncando a pesar de que lo sacudí varias veces.
Al poco rato llegó la hora de subir a la lancha de cabotaje. Se unieron a nosotros los tres que faltaban y que, según nos contaron, habían dormido en la casa del tío de uno de ellos.
No comenté lo que había visto. Lo importante en ese momento eran los preparativos y ponernos de acuerdo para la investigación.
Llegamos al muellecito y saltamos alegremente a la cubierta de la lancha que hace el viaje de Puntarenas a Puerto Jesús. Usualmente esas lanchas, que son mucho más grandes que una panga, van llenas de gente con maletas y encomiendas. Esa fría mañana llevaban hasta gallinas, cerdos y perros.
Se trataba de una vieja estructura de madera y metal reciclado, mal pintada, impulsada por un ruidoso motor, colocado atrás, en la popa, bajo la tambaleante cubierta.
Con cierta dificultad me acomodé en un espacio para viajeros que había atrás, especie de estrecho escaño de madera. La barquita podía tener capacidad para unos 20 viajeros.
Los del grupo quedamos dispersos, porque al llegar de últimos, cada uno debió sentarse donde pudo.
La embarcación arrancó y la proa se levantó ligeramente por el impulso del motor. De acuerdo a lo previsto la lancha salió a las 3 a.m. Mientras navegábamos me quedé mirando, como hipnotizado, el trazo que hacían las aspas del motor sobre las olas.
Al rato caí en una especie de sopor y, pese a la fresca brisa, me venció el sueño. La vigilia de la noche anterior había resultado fatal. Y de repente no supe más.
Cuando desperté, pasadas las 4 a.m. estaba recostado en el regazo de una matrona guanacasteca, de esas regordetas, morenas, de mediana edad y con un pañolón de colorines adornando su cabeza. Iba sola.
Cuando me incorporé, lo primero que hice fue disculparme con la mujer. Ella sonriendo me dijo con ese acento característico de los guanacastecos, marcando las erres: «no se preocupe muchacho, lo vi tan cansado y se acomodó tan bien, que no intenté despertarlo».
Después de charlar acerca del propósito de mi viaje, y de las posibles personas, que podrían darnos más información en Nandayure, lugar donde ella nació. Le empecé a contar lo que había visto en la playa, cerca de la punta.
Luego de escucharme dijo: «¡ay joven! ¿Cómo se le ocurre a usted irse a dormir ahí? En ese lugar se suicidó una muchacha hace dos años».
Mientras hablaba, la matrona hacía pausas y ajustaba las prensitas negras que sostenían su pañolón de colorines, que amenazaba con salir volando, agitado por la fresca brisa. Una bandada de gaviotas sobrevoló la embarcación, como anunciando con sus graznidos los primeros rayos del sol.
«Ese fue un caso muy sonado. Era casi una niña y sus padres no la dejaban casarse. Una noche se puso el vestido de novia, que tenía preparado y se lanzó al mar, justamente en ese sitio donde Ud, se fue a dormir. Su cuerpo nunca apareció».
-¿Por qué sabe usted tanto de ella? -repliqué-
-Porque casualmente yo trabajaba de empleada donde la familia del Dr...., en una casa que quedaba al frente de la de ella. Esa es una familia acomodada y muy conocida aquí en Puntarenas.
Me quedé en silencio, como quien traga con dificultad un jarabe amargo. Luego la matrona preguntó:
-¿Dígame una cosa: usted recuerda si le pudo ver la cara?
-Bueno sí. Pasó muy cerca y...
-¿Notó algo raro en ella?
-¡Caramba! Sí. Ahora recuerdo... no tenía ojos o quizá no se los pude observar bien -y en ese momento se me erizó todo el pelo del cuerpo-.
-¡Claro muchacho! Los ojos son lo primero que le comen los animales del mar a los ahogados.
A la conversación siguieron otros detalles acerca de la historia de la misma muchacha. Me dijo que la mamá le alcahueteaba el novio, pero que, al contrario, el padre nunca aceptó esa relación.
El resto del viaje lo pasé en silencio, mirando el horizonte y observando a lo lejos una bandada de pericos que en perfecta formación cruzaban el firmamento.
En Nandayure, conforme a lo esperado, nos fue bien. Cumplimos con la investigación, hicimos entrevistas y regresamos tres días después. Yo me vine en tren, lo tomé en la terminal que había en el centro de Puntarenas.
Una vez en San José corrí al bus y me fui derechito a casa de mis padres en Escazú.
A los 22 días exactos de ese viaje, una noche, en que me estaba quedando dormido, de repente sentí la sensación de que alguien me daba un beso en la mejilla derecha. Recuerdo bien que yo dormía contra la pared de un cuarto que compartía con mi hermano Norman.
Ya nos habíamos acostado e incluso apagado la luz.
Al principio me extrañó un poco lo ocurrido, después creí que había sido producto de mi imaginación. La noche siguiente se repitió el fenómeno. No sentí temor, aunque estaba seguro de que algo raro estaba ocurriendo.
Y así pasaron muchas noches, sintiendo que alguien me besaba suavemente en la mejilla y sólo una vez. No era un beso frío, sino cálido, tierno y detenido, como cuando besamos a un ser muy querido; tampoco era un beso de saludo, sino de cariño. Era un besito. Producía al oído el sutil rumor de un chasquido, suave y amoroso.
Después el asunto se transformó en algo diferente y empezaron a ocurrir situaciones raras y preocupantes después del beso.
De primero sentía el contacto de los tibios labios de un ser invisible, luego experimentaba una sensación de liviandad en todo mi ser, como si flotara, y al abrir los ojos, veía con terror donde me iba elevando de la cama hasta casi tocar el cielo raso con mi rostro.
Al llegar a este punto sentí un temor tremendo, que se convirtió en pánico, al regresar, muy despacio, de nuevo a mi cama...
A pesar de estar cobijado, lo que subía era mi cuerpo, no así la cobija, ni las sábanas, como si yo pudiera traspasar la ropa de cama, y me elevara, cual lo hacen los globos hinchados con helio, hasta el cielo raso.
Al contrario del beso, esta situación sí me asustaba. Empecé seriamente a preocuparme.
Hasta el momento no había comentado el asunto con nadie, quizá temía que no me creyeran.
Pero una noche, después de meses de tormento, ya habiendo pasado lo del beso, y experimentado la extraña elevación corporal... me encontraba profundamente dormido...
En eso, moví el cuerpo para cambiarlo de posición, porque hacía rato estaba viendo hacia la pared. Y al volverme, observé con espanto que “alguien” estaba ahí, sentado en una silla que mamá dejaba siempre en el cuarto.
Abrí y cerré mis ojos con fuerza. No podía creerlo, deseaba estar bien seguro de estar despierto. Cuando abrí de nuevo los ojos, la persona, que aún continuaba sobre la silla, de repente se incorporó... como cuando uno está cuidando a un enfermo y este se mueve, y entonces asumimos una actitud de atención, para ver si necesita o le sucede algo...
Pude alcanzar a distinguir que era una persona real, ahí sentada e iluminada por la luz de la calle, que penetraba el marquiset de las cortinas.
No me atreví a comprobar nada por segunda vez. Fue cosa de segundos. De repente me vi a mi mismo gritando a todo pulmón: «¡¡Prendan la luz, hay alguien en el cuarto...!!».
De un salto mi hermano prendió la luz, cuyo interruptor estaba a su alcance. Yo abrí mis ojos y busqué a la persona que estaba sentada en la silla, pero no había nadie. En eso, atraídos por los gritos, mis padres llegaron al cuarto y me encontraron ahí, tembloroso y balbuceante. Me preguntaron qué sucedía.
Pero no les conté nada. Dije: «no, no, de seguro fue una pesadilla...».
Claro, por varias noches seguí durmiendo con la luz encendida para incomodidad de Norman.
Pasó el tiempo y, como siempre, yo me guardaba todas esas cosas sin contarlas a nadie; pero un día en la mañana, mientras desayunaba, le confesé todo a mamá. Atropelladamente le conté lo que había pasado esa noche, y más atrás, lo ocurrido en la playa.
Y fue entonces cuando dije a mamá con sobresalto: «y era la misma muchacha que vi en la playa, la que estaba ahí, sentada, en la silla del cuarto...».
¡Lógico! La bendita silla nunca más volvió a nuestra habitación, y cuando me la encontraba ahí, la sacaba...
A partir de que conté la historia a mamá, no volví a sentir ni el beso ni la sensación rara de elevarme de la cama... y las cosas volvieron a la normalidad.
Pasó el tiempo y ya daba por cerrado el asunto, aunque de vez en cuando lo rumiaba, y hasta sentía que me hacía falta, la cariñosa presencia fantasmal.
Pero un día se me ocurrió, por una extraña motivación que no puedo explicar, pedirle perdón a la joven. Me armé de valor y le dije: «Mire, yo no debí contarle eso a mamá. La verdad era una cosa entre usted y yo...perdóneme...¡oiga, de verdad! ¡perdóneme...!».
Y esa noche, en el momento en que me estaba quedando dormido. ¡Chas! percibí de nuevo la cercanía de unos finos labios y el chasquido de un beso. Claro, me volví a inquietar.
Así pasaron seis meses ocurriéndome lo mismo: a veces el beso y la elevación, otras sólo el beso...
El fin de esta historia pareció llegar un día, en que estando en la sala de mi casa, logré ver por la ventana a una muchacha delgadita, bien proporcionada. Iba con el uniforme gris con blusa blanca del Colegio...., me llamó la atención su forma de caminar, ágil, elegante... muy natural... su pelo negro, su piel morena como el chocolate...era una chiquilla preciosa.
Esa elegante forma de caminar, balanceando las caderas, me parecía conocida, pero no recordaba a quién se la había visto antes...
Me levanté y salí a la calle para seguirla y verla mejor. La vi entrar donde unos vecinos que vivían a varias casas de la nuestra. Después supe que era la hija mayor de esos vecinos que luego serían mis íntimos amigos... Tenían varios años de vivir en el barrio, pero no fue sino hasta ese día en que logré ponerle atención.
Quizá era la motivación que me faltaba para olvidarme de la "otra", de la bella fantasma, porque cuando yo llegaba temprano de la universidad, me sentaba ahí, esperando a que apareciera la guapa morena. Un amigo me contó que la conocía, que era una muchacha simpática y tranquila y que él podía mediar para que nos conociéramos.
Un sábado, ese amigo me dijo que la guapa vecina y otras amigas de él estarían reunidas en una pequeña galera o ranchito para fiestas, que había en la casa de ella. Sugirió que yo pasara por el frente. Era todo un plan y lo cumplí: pasé, el amigo me llamó y me dijo que me iba a presentar una amiga...
Con una vocecita dulce la escuché decir: «Mucho gusto, me llamo Denisse ».
Así fue como nos conocimos Denisse y yo. Nos enamoramos a primera vista, ella con 16 años y yo con 20. Empezamos a vernos y a salir periódicamente. Para ese entonces aún continuaba viviendo el fenómeno nocturno del beso y la elevación...
Pero el día en que me le declaré a Denisse, y le pedí que fuera mi novia... ya en la noche desapareció el fenómeno, hasta la fecha. Esa, creo, fue la solución.
Años después, y ya casado con Denisse, volví solo a Puntarenas con el fin de preparar unas informaciones con motivo de la festividad de la Virgen del Mar. En la noche, aproveché un descanso y salí a caminar. Ya eran pasadas las doce. Caminé por el Paseo de los Turistas, hasta llegar a aquel mismo sitio... me senté sobre unas piedras, calculando el sitio donde años atrás había ocurrido el encuentro con la extraña aparición.
Estuve esperando, aunque con cierto temor, sentado sobre esas piedras. Observé los alrededores. Ya había cambiado la configuración del paisaje; a duras penas localicé la palmera, entre otras muchas, bajo la que había pernoctado con José Miguel.
Miré hacia el mar. Del lanchón sólo quedaban unos cuantos trozos oxidados que apenas sobresalían de las olas.
Ahí esperé y esperé, pero la muchacha nunca apareció...
De regreso al hotel me devolví caminando por la playa desierta. El mar estaba sereno y las olas, depositaban suavemente la espuma sobre la arena.
De repente, algo a lo lejos atrajo mi atención: la figura de una mujer joven, totalmente vestida de blanco que corría con rapidez hacia mi.
Por unos instantes quedé perplejo, como clavado ahí sobre la arena ¡no podía creerlo! ¡sería ella de nuevo? ¿Otra vez?
Cerré con fuerza los ojos, me los restregué y al abrirlos de nuevo me topé a la bella joven de frente. Al mirarle el rostro no pude evitar una exclamación de sorpresa y alegría.
¿Cómo? ¿Tú? ¿Qué haces aquí Denisse? ¿Y a estas horas?
Ella sonriendo me echó los brazos al cuello y, después de un largo y apasionado beso, me explicó:
«Encontré sobre nuestra cama este vestido blanco. Pensé que lo habías comprado para mi. Me lo puse y me vine de inmediato. He querido darte hoy la sorpresa de lucirlo para ti amor, aquí mismo, caminando juntos por la playa...». (FIN)
17 comentarios:
Profe, qué buena crónica. El misterio de "la dama de blanco" me mantuvo atenta y pendiente hasta el final, nunca perdí el interés. Me parece una nota muy entretenida, de esos textos que cuando uno inicia, no puede dejar de leer, un final que me dejó con la boca abierta, me pareció poco predecible. Usted definitivamente siempre sorprende con algo diferente.
Saludos, y gracias por deleitar mi tarde con una excelente lectura.
Muchas gracias a Ud. Karlita por su amable visita a mi blog. LA DAMA DE BLANCO es una historia real y siempre la tuve presente entre mis proyectos de redacción. El problema es que no basta tener una buena historia, también es necesario planear la forma de expresarla lo más exactamente posible, hacerla creíble sin por ello sacrificar el interés que podría generar en el lector.
Es maravillosa, definitivamente digno de leer... Saludos profe!
Profe, excelente crónica! ;)
Me agradó mucho la Dama de blanco, mi tatarabuela Margarita Abraham Amon y mi bisabuela Angela Guardado Abraham, tenían la casa cerca de ahi en la punta muy cerca de donde sale el ferry.
Le tome una foto la tercera vez que fuimos ahi y lo que quedaba fueron las bases, cerca había un arbol de tamarindo y en el patio de la casa llegaban las olas.
Al seguir la historia tambien me hizo recordar a mis parientes que eran de ahi. Muy interesante lo que le pasó.
Lic.Gregory Kearney Lawson.:
http://attorneykearney.blogspot.com
Una completa belleza de historia!!
Llena de suspenso, dulzura, volé con cada palabra. Un abrazo fuerte Profe.
Excelente,una interesante y sorprendente historia, un 10
Maestro, efectivamente este personaje, según algunos porteños (incluido yo) todav{ia sale...a mi persona le sucedi{o una experiencia m{inima con "La Mujer de Blanco" como la llaman aqu{i en Puntarenas. Pero esa es otra historia. De todas maneras aqu{i le tengo solo dos apuntes de lo que me pidi{o que hiciera. Nos vemos el martes en clases. Bendiciones!!!
Maestro, efectivamente este personaje, según algunos porteños (incluido yo) todav{ia sale...a mi persona le sucedi{o una experiencia m{inima con "La Mujer de Blanco" como la llaman aqu{i en Puntarenas. Pero esa es otra historia. De todas maneras aqu{i le tengo solo dos apuntes de lo que me pidi{o que hiciera. Nos vemos el martes en clases. Bendiciones!!!
Profe, excelente e interesante, me llamo mucho la atención que después de una investigación se dio una historia poco común pero real. "La Dama de Blanco" todo un misterio, sentí un poco de miedo todo lo extraño que le sucedida, nunca me imagine ese final, muy inesperado. Definitivamente un don redactar estas lecturas para deleitarnos. Aprendí algo nuevo como el nombre de Nandayure y la "La Dama de Blanco". Gracias sin duda me encantaría volver a leer una crónica de esta calidad.
Profer... Excelente me encanto... Si me parecio una.cronica llena de sentimiento y emocion.. Felicidades...
Profe que barbaro, usted hace que uno se mantenga atento con la lectura... La dama de blanco sin duda es una gran historia!!! Es de la vida real?? Saludos...
Profe que crónica mas sorprendente, llena de sentimientos y con un final tan inesperado, siendo esto una historia real!!
Gracias...
guao profe que crónica mas sorprendente y mas sabiendo que es una historia real, impactante, muy sentimental, me encanto mucho nunca le perdí la atención a esta crónica muy buena mis respetos profe.
Definitivamente una muy linda y entretenida historia, rica en detalles.
Saludos!
Profe, la historia me mantuvo alerta desde principio a fin. Me gustaron mucho todos los detalles que fueron utilizados y el final jamás me lo esperé. Todavía me tiene pensando el final de hecho. Me parece que le dio un “twist” sumamente interesante a la crónica por decir poco y definitivamente es fantasmagórico.
Profe, la historia me mantuvo alerta desde principio a fin. Me gustaron mucho todos los detalles que fueron utilizados y el final jamás me lo esperé. Todavía me tiene pensando el final de hecho. Me parece que le dio un “twist” sumamente interesante a la crónica por decir poco y definitivamente es fantasmagórico.
Publicar un comentario