Cuando yo era pequeñito, menor de 14 años, recuerdo que mis padres me daban un canasto y me enviaban a coger café.
La actividad de coger café la realicé en una micro finca de mi padre y también en otras de vecinos, que producían café para uso personal.
Irme a coger café fue parte de la educación que recibí y que mi padre creía necesaria para mi. De esa actividad recuerdo lo dulce que saben los granos ya maduros y lo difícil que es quitarse el sucio de las manos luego de la jornada.
Hoy, que vivo solo, le doy gracias a mi tata por esa actitud, porque él también se guindaba un canasto y me daba el ejemplo.
Más tarde, cuando llegué a la escuela, después de las clases debíamos quedarnos haciendo el aseo. Entre los niños que hacíamos el aseo estaba, ni más ni menos que Franklin Chang Díaz, que era un año mayor y estaba en otro grado.
Si Franklin no hubiera aprendido a hacer el aseo ahí, en la escuela, ninguna empleada habría podido subir hasta allá arriba, donde estaba el trasbordador Columbia, para hacerle la limpieza.
Ahora ningún chiquito hace el aseo en su escuela. Si los mandas, te acusan ante el PANI o gritan que para eso les pagan a las conserjes.
Estoy convencido de que desde niños se nos debe someter a cierto nivel de esfuerzo y de trabajo; claro, sin pensar en explotarnos ni maltratarnos, sino como una necesaria formación.
No es posible que, si no está la mamá, el niño se muera de hambre, por no saber hacerse ni un sandwinch; no es posible que la madre tenga que andar recogiéndole los regueros y tendiéndole la cama a un muchacho que ya a los 8 años podría hacerlo.
Por eso estoy en contra de recetar ocio a los niños como terapia, porque la mente ociosa es un taller idóneo para el diablo y sus demonios.
1 comentario:
Tiene toda la razón! Y si crecen siendo ociosos, así vivirán toda su vida, hay hombres que si su mujer los deja, se sienten super inútiles! Hay que saber hacer de todo un poquito en esta vida, al menos para sobrevivir!
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